Reflexiones a partir de La crisis de la narración, el libro más reciente de Byung-Chul Han
Por Julio Cano
Lo que sigue es una reflexión personal en donde se interrelacionan los aportes extraídos de un trabajo reciente de Byung-Chul Han (La crisis de la narración, 2023) con las conclusiones a las que hemos llegado luego de años de práctica en grupos de índole comunitaria y terapéutica. Como debe resultar notorio (pero que importa por más de un motivo dejar consignado por escrito), tanto los desarrollos como las consecuencias expresadas en las páginas que siguen son de exclusiva responsabilidad de quien firma. Si alguien o alguna institución se siente aludida, pedimos excusas por los involuntarios deslices de los procesos inconscientes, siempre presentes en nuestras elucubraciones racionales. Solo nos anima la comunicación y el posible intercambio de opiniones, no la confrontación por la confrontación misma (a nuestro parecer una de las actividades más inútiles que existen).
Para Han, la actual comunicación digital se opone, punto por punto, con la narración. Y entonces dedicaremos este escrito a señalar tales oposiciones, que no son ocasionales sino cualitativas.
“Narración e información son fuerzas contrarias”, nos dice el pensador surcoreano, y esta es una de las tesis centrales del libro. Cuando refiere a “información” está hablando de la actual información digital, la visibilizada en nuestros aparatos electrónicos, muy especialmente en nuestros iphones y computadoras, y no de la tradicional información brindada por la prensa escrita, radial o televisada. Es preciso señalar, de todos modos, que estas últimas no han desaparecido por completo sino que se han subordinado a la información digital, que domina los procesos de captación de los hechos del mundo, las percepciones de carácter inmediato de los mismos y las emociones vinculadas a la inmediatez de los datos.
La información digital pone en marcha un proceso que no se corresponde con los procesos de la etapa en la que predominaba la información escrita (es decir, la prensa). Hoy, con la digitalización, la información alcanza un estatus totalmente distinto: “La propia realidad asume ya la forma de información y de datos” (Han, ob. cit. págs. 24-25). Es decir, “la información se está convirtiendo en una nueva forma de ser”. Está adquiriendo progresivamente un estatus ontológico. Y ese que podemos llamar régimen de la información, “no actúa reprimiendo sino seduciendo” (p. 25). Ya no se observan la vigilancia y el castigo que tan detalladamente estudiara Foucault para referirse a la modernidad de los siglos XIX y XX. En realidad, no se trata de que hayan desaparecido, sino que se han subsumido a ese dominio blando y sugestivo de la información digital que tan bien se compagina con el dominio neoliberal actual. La seducción sugerente de la información contemporánea es muy engañosa, ya que, tras la seducción, esconde las oscuras trampas de la represión.
El ser de las cosas y el ser de las subjetividades parecen relacionados íntimamente con lo informacional en términos digitales. Por extraño y sorprendente que parezca, su entidad se está transformando en una suerte de vacío de la coseidad para dejar paso a su imagen digital o digitalizable. Aquella frase de Marx “todo lo real se disuelve en el aire” referida a la enajenación producida por los procesos de mercantilización, se puede aplicar hoy al verdadero alud de imágenes que ocupan el espacio perceptivo anteriormente ocupado por las tradicionales imágenes analógicas. Lo que se disuelve es efímero constitutivamente, ya no se “guardan” como trofeos las imágenes en un álbum, solo importan como visionados transinstantáneos. Son imágenes que no congelan el tiempo (como por ejemplo sucedía con nuestras fotos de cumpleaños) sino que emergen y desaparecen con el tiempo discreto de la actualidad patentizada en pantallas.
El tiempo en que se toma una selfie, por ejemplo, no se guarda, ni transcurre. Posee una duración que es tan efímera como las sonrisas de los que posan. Transcurre en instantes que son iguales a los instantes anteriores y a los por venir, autentificados por los “me gusta”. Refleja no una originalidad la pregnancia del dominio de lo igual que, para Han, es la muestra más patética de lo que llama “el infierno de lo igual”. La patentización de lo igual, hoy, refleja la mercantilización del tiempo, puesto que ya no existe una originalidad de la foto que la distinga de todas las demás. La foto debe ser consumible, debe mostrarse como mercancía.
Esto manifiesta la universalización de lo igual en términos de información y la progresiva pérdida de incidencia de los relatos tal como veremos que se presentan en el campo de la diversidad.
Hace un momento dijimos que un fenómeno contemporáneo es que la información se está convirtiendo en una nueva forma de ser. Debemos dar marcha atrás y admitir que no se trata de la progresiva emergencia de una ontología. La actual información, al contrario, agrava la experiencia de que todo es contingente, de que todo depende del azar o, aun mas, va convirtiendo lo azaroso en necesario: “La información carece de firmeza ontológica” (Han p. 14).
“Su modo de existencia no es el del ser sino el de la contingencia”, escribe, parafraseando una cita de Niklas Luhmann. “Hay en este dominio de la información un progresivo olvido del ser”, añade, inspirándose, suponemos, en su maestro Heidegger, reconocido crítico de las posiciones modernas por el olvido del ser en favor de la presencia dominante de los entes.
La información actual es aditiva y acumulativa, con lo cual no transmite sentido en tanto dirección (no precisa que tal sentido sea lineal) ni genera un continuo temporal, es decir, una historia.
Han cita a Benjamin: “A lo que más atención se presta ahora no es a la noticia que nos llega de lejos, sino a la información que nos aporta un indicio de lo inmediato” (El narrador, p. 67). Y agrega una frase muy aguda de Benjamin: “El lector de periódicos no atiende más que a lo inmediato. Su atención se reduce a curiosidad. No pasea la mirada por la lejanía ni la deja reposar en ella. Ha perdido la mirada prolongada, despaciosa y posada”. Como se observa, este es un proceso que lleva mucho tiempo (Benjamin escribía esto en la década de los treinta) pero que hoy se ha acelerado, aumentando la presencia de lo contingente variable al extremo, sin historia ni demoras, es decir, la presencia de la mercancía en estado puro, completamente transparente, pornográfica.
La narración, en cambio, es la contracara de todo esto. En ella se hacen necesarias la demora (otro nombre para hablar de la prudencia), la historia y la mirada capaz de alcanzar la lejanía. Se pueden compactar estas tres características diciendo que en la narración genuina se está en presencia de un proceso con sentido. En efecto, el sentido necesita la prudencia como modo de encarar un discurso que amerite las contramarchas, los pasos al costado tanto como las audacias para alcanzar nuevos paseos inferenciales; necesita la vinculación orgánica tanto con el pasado como con el futuro (pese a experimentar únicamente un presente dinámico), es decir, se hace una con su historia tanto como con sus proyectos (que, cuando se asumen con fervor, se convierten en utopías).
Lo diametralmente diferente entre información digital y narración, sin embargo, es que la información proviene de afuera, es provista por aparatos electrónicos (los que no dejan de ser aparatos, mejor dicho, tecnofactos) mientras que las narraciones forman parte de nuestra estructura psíquica y espiritual. No solamente somos seres vivos capaces de elaborar y escuchar narraciones sino que somos, estrictamente, estructuras narrativas.
Somos narraciones concatenadas. Mejor, somos interrelaciones de narraciones en procesos dinámicos hipercomplejos:
No somos dueños del sentido que atribuimos a las cosas. No somos dueños de las catástrofes naturales que nos tocan en suerte. No somos dueños de la historia de nuestros padres que explica sus emociones. Tampoco somos dueños de las reacciones de las personas que nos rodean ni de los relatos que hace nuestra cultura de lo que nos ha sucedido. No somos dueños de las interacciones precoces que modelaron nuestro temperamento y nos hicieron sensibles a determinados hechos e indiferentes a otros. Y sin embargo la convergencia de todos estos factores determinantes caóticos proyectará en nosotros la película que elaboramos de nosotros mismos y que llamamos “La historia de mi vida”
(Cita libre de Boris Cyrulnik, “Autobiografía de un espantapájaros”)
Lo que Cyrulnik llamar “historia de mi vida” es algo fundamental, es el relato integrador de todos mis relatos, pasados y cotidianos. Lo podemos llamar “metarrelato” de las narraciones que constituyen mi existencia, porque es dable llamar a mi vida concreta una compleja trama de narraciones concatenadas. Una diferencia clave que señalamos es que tal trama no puede ser traspuesta a la información digital (ni a ninguna forma de información, por detallada o ajustada a los lenguajes formales que esta sea).
Las narraciones de las religiones poseen una verdad intrínseca, ya que su modo de narrar supera siempre la contingencia. A saber, ningún día del año queda librado a su suerte, sin una reflexión que le sea propia. Esto sucede en el caso de las religiones occidentales, porque para el caso de las orientales, la temporalidad no depende en absoluto de los almanaques.
En fin, sea en un caso o en otro, la realidad (toda la realidad) deja de estar fragmentada y se interrelaciona con el ser como aglutinante. Y nuestra existencia (sea nuestra vida personal o nuestra vida en sociedad) necesita imperiosamente esa vinculación orgánica que le otorgue sentido. Cosa que no hacen los actuales instantes discretos de la información digital, con su uniformidad no pautada sino por los “likes”. Esta diferencia se ve claramente en lo que atañe a las festividades, según Han:
“En la actual era posnarrativa, el calendario pierde su carácter narrativo y se convierte en una agenda vaciada de sentido. En cambio, las festividades religiosas son los clímax y los apogeos de una narración. Sin narración no hay fiesta ni viceversa. No hay sentimiento de festividad vivido como una intensa sensación de ser. No hay más que trabajo y tiempo libre, producción y consumo y algunos momentos de descanso. Una vida de producción, que es pura vida de trabajo, vida desnuda que no merece, en el fondo, ser vivida”.
En la actual era, las fiestas se comercializan como espectáculos. La genuina narración tiene, dice Han, “una forma conclusiva”. Constituye un orden cerrado que da sentido y proporciona identidad. Que las narraciones constituyan tal orden cerrado significa que crean una comunidad, que es cerrada en su organización pero abierta en su estructura. Crea tribus, para decirlo antropológicamente.
En la información la mirada pertenece a un organismo perceptivo dispuesto constitutivamente para la mirada transparente (esto último en el sentido que define Han: en donde nada queda en las sombras ni en la semipenumbra y donde, entonces, no hay interpretaciones).
En la mirada densa de los relatos, por el contrario, que atiende no solo al presente sino igualmente a las lejanías e incluso puede quedarse en ellas (“morar en las lejanías”, dice poéticamente Heidegger), la constitución estrictamente biológica se subordina a los miles (tal vez millones) de años del visionado adecuado a la caza que nos conformó como cazadores y recolectores (varones y mujeres), que debe esperar morosamente sin mover ni siquiera los párpados para cazar, sea para recolectar insectos o plantitas. Famoso es esto en el arte pictórico con el ejemplo del pintor Paul Cézanne y sus obras dedicadas al monte Sainte-Victoire, donde, según él mismo cuenta, dejaba posada la mirada fijamente en determinados macizos de piedra durante horas para que fueran ellos los que cobraran vida y “se pintaran”. Nada de indicios de lo inmediato, sino el paisaje con sus movimientos no inmovilizados para dar cuenta de la realidad directa (que jamás está quieta, jamás se queda en la noticia, en la mera noticia).
La mirada humana –dato del espíritu– es siempre prolongada, espaciosa, y se posa. Así es la mirada del Arte, del arte verdadero, no de lo decorativo digital. Tampoco lo es la concepción del tiempo religioso, como vimos antes. Dice Han que “la sucesiva eliminación de la lejanía es una característica de la Modernidad”. Es una eliminación sutil pero permanente del espíritu. “La lejanía desaparece en beneficio de la falta de distancia. La (actual) información es un síntoma genuino de la falta de misterio y de escondite, ahora está todo disponible, no hay lugares recónditos suprimiendo la lejanía inmanejable.
En la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, las tremendas laderas del volcán, jamás visitadas, son metáforas duras, siniestras, de los recovecos de la mente alcoholizada del protagonista, al que tampoco conoceremos del todo. Lo mismo podemos decir de esos enigmáticos personajes de Onetti, de los cuales uno puede llegar a sospechar que ni siquiera el escritor conoce a cabalidad. El misterio forma parte de nuestra condición humana y nos recuerda la intransparencia de nuestros comportamientos, aun de aquellos que queremos que sean prístinos no solo ante los demás sino ante el propio Dios. Hay que admitir que hay bastante de inmanejable en nuestros comportamientos. Y bástenos sobradamente con Freud para fundamentarlo.
Digamos lo fundamental que señala Han y que compartimos plenamente: “Lo esencial de la verdadera narración es que la explicación se omite. La narración renuncia a toda explicación.”