La obra de Felipe Haidar, ganadora del Programa Comedia Municipal de Teatro Norberto Campos, incluso con sus deficiencias dramatúrgicas demostró que a veces el resultado puede no tener importancia si lo que se pide es que el equipo juegue limpio y le ponga ganas
Por Andrés Maguna
Recién cuando terminó la primera función de El Gran Circo Argentino, resultado y concreción del proyecto ganador de la última edición del Programa Comedia Municipal de Teatro Norberto Campos, caí en la cuenta de que yo había sido parte de un hecho teatral específico. Aunque mi aporte fuera mínimo, como uno de los cinco jurados de selección que erigió la obra en ganadora, convocado en mi función de crítico y cronista, de especie de “arquero” de los lances y ataques de los «jugadores» creativos, los auténticos y legítimos artistas.
Asistí al preestreno de la obra el jueves 10 de agosto de este 2023, en la primera de tres funciones incluidas en el marco de la programación de la Feria Internacional del Libro de Rosario, que concluyó el sábado 12, víspera del domingo de la erección de las PASO nacionales en todo nuestro diverso y agitado país.
Dirigida y escrita por el talentoso Felipe Haidar (lo vi en escena un par de veces, la primera como el príncipe alunado en la versión de Hamlet de Ricardo Arias, y luego en una loca y arriesgada puesta para 12 espectadores en el Teatro de la Manzana, titulada Die vier himmelsrichtungen), la obra es la novena en llegar a las tablas de La Comedia en el marco de un proyecto que comenzó a tener visos de realidad hace 12 años, al reglamentarse por ordenanza municipal el Programa Municipal de Teatro Norberto Campos, impulsado por la comunidad teatral de una ciudad (Rosario) que cuenta con un inusual “Estado municipal teatral“, para ayudar a consolidar la “profesionalización“ de sus trabajadores y realizadores. En tal sentido, El Gran Circo Argentino es otra prueba fehaciente de la capacidad productiva teatral en los altos niveles de calidad alcanzados, aunque en este caso particular deban señalarse yerros en el seguimiento de su desarrollo netamente intelectual. Y esto lo digo como una especie de mea culpa. Pero vayamos por partes.
El proyecto que eligió el jurado del que formé parte (junto con Miguel Bosco, Cecilia Vallina, Mónica Discépola y Jorge Dubatti) era, sin dudas, de los cinco presentados, el de más factible realización y el que más se ajustaba a las consignas exigidas por el Programa Norberto Campos: que fuera una comedia y que versara reflexivamente sobre los cuarenta años transcurridos desde la recuperación democrática en la Argentina. Y su planteamiento era, a priori, ingenioso: un circo en decadencia, varado en La Pampa cuarenta años, como metáfora del Estado nacional, y sujetando el conflicto a los lineamientos planteados por Shakespeare en El rey Lear: llegado a un punto crítico de la existencia del Gran Circo su dueño, el Gordo, pone en juego entre sus tres hijas (Bastonera, Mujer Barbuda y Equilibrista) su legado sucesorio, es decir la propiedad y dirección del circo, prometiéndolo a aquella de las tres que proponga el mejor plan para salvarlo. Completando el grupo de seis integrantes del circo, los seis personajes del reparto, Bufón (catalizador natural de muchas ficciones teatrales desde tiempos isabelinos) y Cocinera, en representación de las clases populares que resisten al opresor, defendiendo sus derechos y los de los suyos desde dentro del sistema, gestionando los recursos (la cocina) de los que dispone el Estado-circo.
Al momento de leer el proyecto todo pintaba bien, pues hasta el guion proyectado tenía un aspecto prometedor, y sin embargo, quién sabe por qué, lo que vi el jueves en la función preinaugural fue como el naufragio espectacular de un sueño ilusionante: el barco tenía muy buen aspecto pero hacía agua por varios agujeros. La torta lucía deliciosa, pero al probarla me dejaba un regusto de mal sabor, como que uno de sus ingredientes no había llegado a cuajar.
¿Por qué agujeros me pareció que hacía agua? Primero, en la pérdida de cohesión del libreto, la dramaturgia escrita, pues a medida que se desarrollan las acciones, con menoscabo de la comicidad en favor del drama, se van cargando en exceso (sin sutilezas), en los desempeños actorales, la función caracterial de los personajes, lo que desdibuja las relaciones entre ellos e impide la empatía por efecto de la soledad a la que son expuestos. Por ejemplo, Bufón, al que llaman Payaso, tiene todas las características del siniestro Joker de nuestros tiempos, sin que ello se condiga con lo que a la trama mejor se ajustaría, como lo era un simpático payaso criollo que estaba planteado en el texto del proyecto. Los vínculos entre hermanas y entre las hijas y el padre aparecen desdibujados, sin espesura, y la compasiva combatividad de la Cocinera aparece descontextualizada, falta del sustento que da el conocimiento de sus motivaciones.
Las actuaciones están bien y muy bien, e incluso hay momentos de lucimientos individuales, pero no bastan para tapar los agujeros en el casco principal de la puesta en escena: el mensaje que se quiere transmitir es confuso y los diálogos son débiles y simplistas. Los chistes no están bien batidos y salen chirles, sin gracia. La emoción no resulta convocada.
La escenografía, si bien está perfectamente realizada, resultando colorida y atractiva, tiene dos defectos, como mínimo: en el centro, una escalera de pintor, de madera, de las grandes (deberían prohibirse desde las escuelas de teatro), sin ningún gollete en el contexto de nada, ni incidencia alguna en las acciones, y una tabla de madera, suponemos que giratoria (no se mueve ni se utiliza) con unos cuchillos clavados, como promesa de un momento de acción que nunca ocurre.
La iluminación, si bien es correcta, virtuosa, y acompaña las evoluciones de los cuerpos actorales, pierde la posibilidad de jugar con la que hubiera sido su compañera ideal (sobre todo, tratándose de un circo), la música, que casi ausente, diluida e impersonal, aumenta la desnudez de los momentos que más necesitan de arboladura acústica.
A lo largo de los 50 y pico de minutos que dura la obra, el público (la sala llena, todos invitados) siguió atento lo que sucedía en escena, y no pude captar gestos de incomprensión ni de desagrado, aunque sí cierta aquiescencia conmiserativa, del tipo “hagas lo que hagas yo te banco”, en concordancia con los nutridos y sostenidos aplausos que estallaron luego del final.
Puede ser que mis expectativas fueran demasiado altas, pero eso está explicado por los antecedentes de valía de todos los muchos nombres y renombres involucrados en la realización de El Gran Circo Argentino, que sin dudas (no le queda otra) irá mejorando de función en función, y seguirá convocando a un numeroso público que desmentirá o dejará en evidencia las falacias de esta crítica. Porque lo que para mí puede ser falta de sentido, para otro puede ser la palmaria explicación de todo, y los malos sabores que yo percibo pueden significar la delicia de otros gustos. En fin, que mi lucha contra la negación de lo evidente tal vez sea, en algún otro, la aceptación de lo deficiente como camino hacia una plenitud comprensiva. El tiempo dirá, además, si al país le va como al Gran Circo de Haidar, quien se puso al frente de un numeroso equipo y dio lo mejor de sí, concitando la concurrencia de los denodados esfuerzos de sus jugadores, los artistas seleccionados por un Estado con la sensibilidad de proveer los recursos necesarios para evolucionar y experimentar en las ligas mayores de un campo a menudo tirado a menos: el teatro local, el teatro más nuestro.
FICHA
Autoría y dirección: Felipe Haidar. Asistencia de dirección y de dramaturgia: Ludmila Bauk. Elenco (en orden alfabético): Jesica Biancotto (Bastonera), Carlos Chiappero (Bufón), Carolina Hall (Cocinera), Agostina Prato (Equilibrista), Nicolás Terzaghi (Mujer Barbuda), Juan Pablo Yévoli (Gordo). Diseño de escenografía: María Paula Díaz y Marcos Reche. Diseño de Vestuario: Sofía Cantero. Diseño de Iluminación: Florencia Degli Uomini, María Celeste Bardach, Keila Salas y Camila Viale. Diseño y realización musical: Iván Tarabelli. Realización de escenografía: Cristian Osés, Leonardo García y Patricia Pérez. Realización de vestuario: Liza Tanoni. Asistencia de vestuario: Agustina Belén López. Realización de caracterización: María Cecilia Diaz. Funciones en el Teatro Municipal La Comedia de jueves a domingo de agostos de 2023. Luego en gira por barrios, en distintos espacios municipales de Rosario.