Tres poemas japoneses traducidos por primera vez al castellano
Traducción y nota introductoria:
Félix Leonel Peralta
En agosto de 1945 Kazuko Shiraishi, una joven de 17 años, miraba el cielo desde la isla más pequeña del archipiélago de Japón. Estaba bajo una suerte de éxtasis. Tres días atrás había corrido el rumor de un posible ataque aéreo de parte de los norteamericanos en la zona industrial de la ciudad de Saijou, prefectura de Ehime, lugar donde trabaja la muchacha. La muerte insistía en sus pensamientos mientras cumplía con sus labores: se imaginaba en llamas entre las máquinas viejas y oxidadas que escenificaban su rutina; sentía el vértigo de una posible caída al mar desde el barranco ubicado detrás de la fábrica, vislumbraba su consecuente asfixia. En todos los escenarios las bombas estaban presentes. Sin embargo, aquel esperado bombardeo no ocurrió, porque antes de la fecha estipulada para el ataque se anunció la rendición de Japón y el fin de la guerra. Por eso, mientras miraba el cielo, se sintió dueña de su vida por primera vez en mucho tiempo.
Poco después el Gobierno japonés anunció que las escuelas retornarían su actividad. Tras regresar al pueblo de Matsuyama, la joven no dudó en rodearse de aquellos libros que pensó nunca jamás volvería a ver. En uno de sus paseos por la zona comercial se reencontró con las Flores del mal, de Baudelaire, y El gato azul, de Sakutaro Hagiwara. Ella no estaba para leer poesía “tibia”, así que estos dos autores venían como anillo al dedo. Dentro suyo persistía una sombra extraña, figurada como un eco constante y lejano.
Una vez en Tokio la joven se encontró con un poema de Ryuichi Tamura en un suplemento literario. Al leerlo pensó que por primera vez sentía el peso de la tierra debajo de sus pies. Todavía tenía 17 años. Aquella mirada que buscaba respuestas en el cielo de pronto visionó su país, y por qué no el mundo, con la cercanía de un aficionado que observa en primera fila una partida de ajedrez. El poema que leyó era Reunión, presentado después de estas palabras.
Kazuko Shiraishi, aquella muchacha que con el tiempo se haría amiga de Ryuichi Tamura, estudiosa de su obra y reconocida poeta, escribió un libro de ensayos titulado Paisajes de poesía, en el que incluye un apartado que nos permite conocer cómo su amigo entendía el proceso de escritura:
Tamura Ryuichi –dirá Kazuko, más o menos con estas palabras– se refiere al trabajo poético como una “historia de emociones” que comienza en la condensación de una multitud de experiencias e impresiones que van merodeando por la sensibilidad del poeta hasta encontrar asilo en los versos de un poema. Las emociones iniciales, en su mayoría, quedan en el olvido (aquí Tamura cita al poeta irlandés Cecil Day-Lewis: “hasta que un deseo irrefrenable de escribir emerge”). En este deseo se reconoce el primer sentimiento o experiencia, pero la importancia se establece en el intervalo que ocurre entre el motor de arranque y la proyección final. Proceso que muchas veces puede ser inconsciente, pero imposible de soslayar. Sin este proceso, toda retórica es inútil: cada símil o metáfora por sí sola no hace poesía.
A Tamura no le interesan los cómo de la poesía: “un poeta escribe un poema escribiendo un poema”, solía decir.
En el devenir de estas entregas de traducciones del japonés me encuentro con un terreno inexplorado en nuestra lengua. De Tamura escasean críticas, biografías y versiones en castellano de su obra. Afortunadamente algunos de sus poemas se pueden cotejar con algunas versiones en inglés, idioma que, a nivel gramatical, encuentra más cercanía con el japonés que con el nuestro. Aun así, también poca crítica en lengua inglesa se encuentra en internet de Tamura; por este motivo me atrevo a decir que el ensayo de Shiraishi, traducido por Yumiko Tsumura al idioma anglosajón y publicado por la editorial de la universidad de Hawái, es un hallazgo tan feliz como único.
Con respecto a las decisiones de esta traducción, permítanme insistir en dotarles del carácter oral que observo en el original, en especial en los dos últimos poemas que usted leerá a continuación. Mantengo la repetición de palabras entre verso y verso, tal como la dispone el autor, con la excepción del final de Nu, que consideré un mejor cierre con un verso más acotado. La búsqueda de coloquialidad está orientada por la conjugación de los verbos utilizados en los poemas y el empleo por parte de la voz narrativa del pronombre boku de primera persona singular, que los japoneses utilizan en entornos de confianza (muchas veces se tilda de “infantil” a quien lo utiliza).
En lo que respecta a Reunión, aunque el empleo de la formalidad es lo más cercano que tenemos en castellano a la intencionalidad del original, peca de ser insuficiente. En este poema Tamura opta por una conjugación especial, conocida como kenjōgo, el “lenguaje humilde” utilizado para hablar hacia un interlocutor que se considera jerárquicamente superior con respecto del hablante. El uso del “usted” y la formalidad propia de nuestra lengua, a mi criterio, no termina de trasmitir la connotación de inferioridad y servilismo que extrañamente utiliza Tamura en este poema, considerando que se dirige a un amigo. De esta decisión yo tengo mis opiniones, pero no quisiera intervenir en la formación del lector que se encuentre por vez primera con este poema.
Reunión
¿Dónde nos habíamos encontrado?
¿Dónde? ¿Dónde nos habíamos encontrado?
Con usted, compañero de la muerte ¡Mi viejo amigo!
En el mediodía de esta ciudad
la sombra que llamamos sombra desapareció por completo en una puerta gris
nuestra problemática memoria también, por la gran ilusión de la ciudad se ha perdido.
Usted no podrá recordar
mi sonrisa,
pero en algún lugar a usted le susurré:
“La angustia sonreirá”.
En mí se ve un volcán extinto
en mí se ve la ventana de una ciudad sensual
en mí se ve un orden sin sol
en mi mano se ha secado y muerto un parque en plena tarde
en mis dientes se ha roto la eternidad del verano
en el fondo de mi pecho está durmiendo la parte oscura de la ciudad
¿Dónde nos habíamos encontrado? ¿Dónde?
Yo era un joven de diecisiete años
Tenía la costumbre de vagar por los callejones de la ciudad…
¡Una lluvia repentina!
Me han tocado el hombro, giro la cabeza:
“Querido… el mundo es áspero”.
Nu
Así como existen habitaciones sin ventanas
en el corazón del mundo existen ventanas sin habitaciones.
El aleteo de las abejas,
su influencia, las cosas hechas pedazos y la piel del corazón
existen como el brillo de la lluvia de un día de verano,
y existen dentro de los muertos.
Estás en silencio y quieta.
Todavía la claridad no nacía,
y tu corazón ya había desaparecido
incluso cuando dentro de la ventana gritabas.
Mis oídos no escuchan tu voz.
Mis ojos sí.
Tierra lejana
Mi dolor
es simple
Para criar un animal de una tierra lejana,
no particularmente uno debe tener ingenio.
Mis versos
son simples
Para leer una carta de una tierra lejana,
no particularmente uno debe tener lágrimas.
Mi alegría y mi tristeza
son muy simples
Para matar a una persona de una tierra lejana
No particularmente uno debe tener palabras.