A partir de una afirmación sobre el movimiento oída en una clase de Enrique Pisani, una docente e investigadora de expresión corporal rastrea de qué están hechos los sostenes que preceden al movimiento, cuándo es el otro el que los da, cómo es el autosostén.
Por Natalia Perez
Recuerdo la primera vez que escuché la frase: “el sostén precede al movimiento”.
Estábamos en la formación con Enrique Pisani, en una ronda, era un día muy húmedo, alguien se levantó a entornar las persianas buscando oscurecer y, quizá, enfriar un poco el salón.
Como si se tratara de un mantra misterioso la anoté en mi cuaderno.
Tiempo después estaba dando una clase, tirada en el piso mientras cerrábamos una exploración de movimiento, exhalé y al hacerlo sentí el contacto de mis costillas en la zona del centro de mi espalda; fue un contacto especial, se sentía diferente, al aterrizar esa zona y sentir el soporte de la madera inicié un rolido hacia uno de mis lados. Es un movimiento muy habitual en mí, pero esa vez se percibía muy diferente.
Aprendemos diferenciando, comparando, y ese contacto lo sentía, o al menos lo registraba por primera vez con esa raíz, ese sostén.
Sostén precede a movimiento, para que haya movimiento tiene que haber un punto de apoyo, que al principio es un otro.
Otra cosa que pienso ahora es que los movimientos, incluso los acrobáticos, los que suceden lejos del piso, necesitan una seguridad, al menos una, un punto en el que nos apoyamos para saltar.
El miedo a caer es un miedo ligado a la supervivencia y, como muchas cosas que la garantizan, tiene una presencia fuerte, que se activa automáticamente.
Imagino que, como otros miedos, puede ser desmesurado y estar desconectado del entorno.
Nos sentimos inestables y que vamos a caer, aun sin estar arriba de un trapecio o en una cornisa.
¿Cuáles serán las situaciones que activan mi miedo a caer?
El fin de semana, jugando con mi sobrino, observaba cómo va del riesgo a la cautela en un segundo.
Ya camina con mucha destreza; una vez leí que las exploraciones y los aprendizajes que hacemos hasta que caminamos son de una intensidad altísima, son días enteros de un año, por lo menos, entrenando y entrenando, probando, alcanzando, organizando el equilibrio, descubriendo los apoyos.
Me encantaría poder atestiguar cómo fue que aprendí a dar mis primeros pasos.
¿Cuántos pasos damos en nuestra vida?
Pensaba en el sostén, el sostén interno de nuestro esqueleto, el sostén de la respiración, el sostén de los otros, el sostén del piso.
Si el sostén precede al movimiento, la relación con la gravedad es algo muy primario.
Es una fuerza que de tan evidente se vuelve invisible.
¿Cómo dialogamos con la gravedad en nuestros movimientos?
Recordé una experiencia bailando, sentía que no sólo el piso me sostenía sino, también, el aire alrededor de mi cuerpo.
El aire parecía agua, mis brazos se movían y el aire venía a mi encuentro, moldeando mi danza.
Hace unos días una amiga me mostró una foto suya, está en una pileta, suspendida, tiene un vestido negro, el agua es muy celeste y luminosa, parece mediodía, se la nota disfrutando de esa levedad, como si fuera un alivio flotar, no tener que sostenerse, liviana y fresca.
Gracias.. (…)de tan evidente se vuelve invisible(…).. apareció ahora que me la recordaste 🦄