“Simulacro”, bodrio y pena

Proyección de Simulacro en Rosario. Foto: Zoe Maguna

Filmada en vivo en el teatro Atlas de Rosario, y proyectada en simultáneo, la película de Gustavo Postiglione era una apuesta arriesgada. El resultado, un desperdicio de buenos actores y de la oportunidad de decir algo desde el arte.

Por Andrés Maguna

Hacía muchos años que la palabra bodrio no me venía a la cabeza, pero desde anoche, desde que vi la película Simulacro, me repica con insistencia. Y la otra palabra que me empezó a dar vueltas es pena, en el sentido de que es una pena que las cosas no hayan resultado bien.

Porque es una pena que Simulacro sea un bodrio. Una pena porque expone que vivimos en una ciudad sin crítica ni autocrítica, y un bodrio porque durante unos 90 minutos se desperdician los esfuerzos de tres buenos actores haciéndoles recitar un guión de parlamentos estériles y sin sustento.

Ayer, día del estreno, en una entrevista de Pedro Squillaci a Gustavo Postiglione aparecida en el diario La Capital, decía el director: “Es una apuesta de riesgo, de un gran riesgo que puede funcionar y estar buena, como puede pasar todo lo contrario”. Y pasó todo lo contrario. Porque el texto impuesto a los personajes de Lara Todeschini, Gustavo Guirado y Claudia Schujman resulta cansador, abigarrado sin motivo, banal pero pretencioso, altisonante y simplista, en su intento de decir algunas “verdades” sobre el ansia existencial, el cine, las relaciones interpersonales, la crítica, la pandemia y el teatro, entre otros temas de menor cuantía. Pero el intento queda en pretensión. Por eso se puede decir que es un texto pretencioso.

Como el texto es la explotación y el desarrollo de unas ideas, constituyéndose en el esqueleto del corpus de la realización audiovisual, también puede decirse que desde el vamos se fue gestando el bodrio. Porque resulta claro que la ausencia de autocrítica le permitió a Postiglione ir plasmando diálogos sin revisar ni corregir, y a esa ausencia se sumó la de la crítica de los demás involucrados en el proyecto.

La Capital (ese diario que los rosarinos mantenemos y consumimos sin cuestionamientos) titulaba: “Gustavo Postiglione filma en vivo, en un hecho casi inédito en la historia del cine”. O sea, la apuesta era doble: hacer una película y a la vez marcar un hito en la historia del cine. La película se hizo, sí, aunque resultara un bodrio, y el hito, en tanto marca, sólo servirá para señalar el terreno que resulta aconsejable no transitar.

La filmación se proyectó, en vivo y en directo, por la señal Octubre TV y en una pantalla gigante en medio de la calle Mitre, frente al Complejo Cultural Atlas (a media cuadra entre Santa Fe y San Lorenzo). La pantalla estaba orientada hacia el norte, y frente a ella se alineaban tres filas dobles de sillas plásticas en diez líneas separadas protocolarmente. En esas sesenta improvisadas butacas se sentaron los sesenta invitados especiales, destacándose en la primera fila dos yuntas, la de la concejala Norma López y el intendente Pablo Javkin, y la de Alejandra Rodenas (ex jueza y actual vicegobernadora) y el diputado Marcos Cleri. Allende el corralito de rejas que aislaba a los invitados, sobre la vereda oeste, una veintena de espectadores convocados por la curiosidad se acomodaron como pudieron y se bancaron la proyección entera.

El evento en sí, la puesta en escena para ver y escuchar la puesta en escena puertas adentro, tal vez necesite una crónica reflexiva aparte, pero no fue incorporado a la obra que motiva esta nota, ni participó de su resultado.

En el filme aparecen un par de frases felices, sí, pero se pierden en el fárrago de párrafos automáticos. Porque si algo le falta a Simulacro son silencios, en lo que abunda la sobreparafraseada París, Texas, de Win Wenders, estrenada en 1984, el mismo año en que Postiglione se dio a conocer con el celebrado cortometraje Cabecita negra en coautoría con Héctor el Nene Molina.

Desde ese año hasta el presente el realizador concretó una quincena de proyectos, conociendo cierta fama con El asadito, de 1999, que tuvo su versión teatral cuatro años después. Se dijo, y se dice, que El asadito revitalizó esa entelequia llamada cine rosarino, y que el director siempre fue fiel a la experimentación, como lo afirma Miguel, el personaje de Guirado, al que se quiere hacer pasar como una especie de alter ego de Postiglione: “El arte es experimentación”. Siendo el caso que nos ocupa un ejemplo de lectura de la experimentación en clave de repetición y no de descubrimiento.

Podría abundar en ejemplos sobre los lugares comunes amontonados en Simulacro, pero baste decir que en el pico de la pretendida tensión dramática, cuando aparece en escena un arma, una pistola automática, en manos del personaje masculino, y hay un disparo, un único disparo (que por otra parte mata pero no mata), suena literalmente como un pedito de vieja. Ese fallo, que puede ocurrir y se corregiría en el posterior montaje, demuestra y sintetiza lo que trato de fundamentar: la magia del cine no se puede convocar, ni se puede experimentar mirando sólo el ombligo de uno mismo.

Además, ante la falta de un conflicto valedero en la trama fue potenciado el “juego” de un tema “paradojal”: la relación entre ficción y realidad, pero esa potenciación sólo alcanzó el desarrollo de una superficialidad que pone la piel de gallina al pensar que se considera al espectador poco menos que un idiota.

Video de promoción de «Simulacro» en el que el que se describe esta «nueva manera de narrar y de producir».

Pero Postiglione, todavía en compañía del periodista Squillaci, ya se había atajado a sí mismo antes del estreno en la citada nota de La Capital:Simulacro se propone como un manifiesto crítico sobre el valor de la ficción en la narrativa actual, sobre la copia, la imitación y la carencia de ideas de un director que se cuestiona a sí mismo y al entorno. También pone en duda el valor y los contenidos del cine actual pre formateado por las grandes empresas de streaming, adelanta Postiglione. En la trama, que aborda la temática del cine dentro del cine, el director a su vez es cuestionado tanto por su actriz como por sus personajes. Habla de la muerte de la ficción tal como la conocemos y de las distintas lecturas que se hacen de la realidad para poder transformarlas en un hecho ficcional”.

Después de haber visto el filme (la entrevista la leí antes) me di cuenta que el director se cuestiona a sí mismo y al entorno someramente y con indulgencia, para enseguida perdonarse y perdonar al entorno por la carencia de ideas. Y en cuanto a que habla de la muerte de la ficción tal como la conocemos, no sé, acá se me vuelan todos los pajaritos y se van a piar en el inconmensurable cielo del concepto de ficción. Un cielo que, como tal, es invulnerable a la muerte, por más intentos mediocres, grises, en blanco y negro, o a todo color, que se hagan para opacar su luz y su buenaventura.

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