Un loco a veces baja la guardia

Milei en el debate, utilizando una de sus máscaras.

El debate desde la guardia de un hospital de salud mental

Por Ciro Korol

Fue una noche como cualquier otra en el Hospital de salud mental Agudo Ávila, más conocido como el Suipacha, aunque un poco alterada por los gritos de Jimena, que se quería cortar los brazos. A veces el dolor autoinfligido es un modo de conseguir lo que se desea, o un modo de llamar la atención. Para poder seguir escuchando el debate presidencial, subimos el volumen del televisor. 

—Está bueno escucharlo así, fuerte —dice Tomás, que ahora no llora. Él llora casi todos los días.  

—¿Por qué llorás, Tomás?

—Porque en 2019 le pedí un deseo a Jesús y todavía no me lo cumplió.

—¿Y cuál era tu deseo? 

—Mi deseo es desaparecer.

Hace varios años que no vota, vive en la calle y tiene problemas de adicción. Digo «de adicción» y no de consumo porque en esta sociedad consumista todos tenemos problemas de consumo de algún tipo. La figura de Milei, rígida en el escenario, articulando idénticas alocuciones a las que dijo en los otros debates, contrasta con la de Massa, a quien se lo ve más suelto, dominando el terreno, pisando la pelota y mirando a cámara.

—Mirá el pelo de Milei -dice Tomás, y se ríe. Él votaría a Massa si lo dejaran salir, porque pretende anotarse en la entrega de lotes que anunció el candidato de Unión por la Patria. Si las elecciones fueran sólo aquí adentro, ganaría Massa por goleada. Es lógico: se trata de un hospital público, uno de los blancos del ajuste del 15% del PBI que propone Javier Milei. 

A mí me van a dejar salir el domingo a votar, porque es una cuestión personal, casi de vida o muerte. Pero el resto se tendrá que quedar acá, mientras son otros los que deciden por el futuro de Argentina. Paradoja de un país en el que un loco puede llegar a presidente, pero los locos no pueden votar. 

Oriana, una paciente que fue traída por su familia porque en su casa estaba sin hacer nada, se pregunta si no es político también nuestro encierro. Y se queja de lo espectacular que es el debate:

—Parece la entrega de los Martín Fierro —dice.

—Y sí —le respondo—. Hay quienes dicen que vivimos en la sociedad del espectáculo. 

—Entonces, si no sabés actuar, tenés menos chances de sobrevivir —dice ella.

—Y sí, saber actuar te ayuda —respondo seco, y le indico que quiero escuchar lo que dicen los candidatos en el televisor.

Uno de los dos actúa bien, el otro trata de hacer el personaje de sí mismo, pero se pierde entre todas las máscaras que usa. Queda como un fracasado imitador de sí, un plagiador, como lo acusó Massa y se puede comprobar en el libro El Loco, de Juan Luis González, ya citado en otra columna de esta revista titulada «Otro loco que quiere ser rey». 

—Queda re feo que un presidente sea un copión —me dice Tomás. 

—Sí —le digo—. Queda feo. 

Ya es hora de dormir, termina el debate, Jimena está atada a la cama, le convido un cigarrillo que Oriana le pone en los labios. Yo me acuesto aliviado, con la fe puesta en un triunfo de Massa y en una derrota clínica del candidato que debería pasar una temporada en un neuropsiquiátrico antes de volver a la vida pública, porque, como dijo Patricia Bullrich, es un loco malo y peligroso. En unos días son las elecciones. La junta médica me informa que me van a dar el alta después del balotaje porque temen que un triunfo de Milei me desestabilice. Según me dicen mis amistades por teléfono, afuera todo el mundo está un poco en la incertidumbre de si los argentinos y argentinas se inclinarán por la cordura o elegirán la locura. 

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