Sobre la pieza teatral “Volá alto, Mamá!”, escrita por Patricia Suárez y dirigida por Matías Martínez
Por Daniel Gerber
Los cuerpos de los actores no son los únicos que se ponen en juego en una escenificación teatral. Volá alto, Mamá!, sin ir más lejos, depura la nariz, la boca, los oídos, las encías; estira los labios de los espectadores hasta afilar los dientes; convoca a la Risa en un trance de placer y deleite. Cuando la obra es buena (y esta lo es), el consenso semántico y de sentido entre las personas del público hace del juego poético y político una realidad aceptada y reconocida por todos los presentes. Cuando las identificaciones se ponen en marcha en la imaginación de las butacas, las sensaciones que atraviesa el cuerpo social y singular es realidad pura en el ropaje de la ficción. Los chistes, la sensación de nostalgia, el proceso del duelo, la pasión arrebatada y la angustia existencial llaman a la puerta de las almas en esta pieza dirigida por Matías Martínez (Los bordes torpes del ano, A la vasta criatura apodó Gólem, Variaciones sobre la sonrisa, Kamasutra superstar, The gaucho way. La Sociedad Secreta Revolucionaria, entre otras) y escrita por Patricia Suárez (Perdida en el momento, Pollito matón, Ésta no es mi noche, Las puertas abiertas del infierno, y el graciosísimo libro sobre la trágica historia de Cleopatra, La reina del Nilo).
Volá alto, Mamá! se enmarca en el ciclo de producciones locales “La Comedia A Puesta”, un programa de profesionalización de las artes escénicas organizado por el teatro municipal homónimo. Por tanto, el montaje de la obra está realizado y producido por Los Magníficos de la Comedia (funcionarios que sí funcionan) y el diseño está en manos del escenógrafo Cristian Grignolio.
Mención aparte para el diseño y la producción del vestuario. La gama de colores utilizada para caracterizar a cada uno de los personajes produce un efecto geométrico en el cuadrante durante la circulación de los cuerpos. Como si los movimientos de los actores fueran luces que se encuentran, colores que entran en combinación. A la nobleza de los elementos primarios que componen la puesta en escena se le suman los meses de preparación, la trayectoria de los protagonistas y el respaldo estatal, lo que da por resultado una obra de altísimo nivel, sintetizada en una hora y cuarto de duración.
Volá alto, pero no tan alto
Cuando Ana Julia (Gachy Roldán) se entera de que su madre ha muerto, saca pasajes de inmediato para viajar a Rosario. Mil ochocientos verdes desde Los Ángeles, multiplicado por dos: ella no va a ningún lado sin su Patricio (Salvador Trapani), quien se presenta como “amigo de Anthony Hopkins”. Acá la espera Omara (Silvina Santandrea), su hermana menor, con quien no habla desde hace años. La obra se divide en cinco actos: el comienzo, el café, el oporto, la noche y la despedida. El escenario, minimalista y sencillo, consiste en una sala velatoria ocupada en su epicentro por el cajón fúnebre y una formidable cruz de madera en lo alto. A uno de los costados, una pequeña barra; en el otro, unos sillones y un equipo de música.
Ana Julia considera que Omara la envidia por su exitosa carrera en la industria cinematográfica hollywoodense. Últimamente sueña con ella, pero cuando despierta no alcanza a recordar. ¡La paciencia de Omara! Cobra su espera con las monedas del resentimiento y el éxtasis del alcohol. Esta vez no se va a quedar callada. Cuidó de su madre durante los últimos años y se ganó el derecho a acumular rencores que pululan por manifestarse en el ritual de despedida. El pobre Gildo (Christian Valci) no cae en la cuenta de la muerte de su amada esposa. Juega para olvidar, olvida para jugar. El objeto es indistinto: bingo, caballos, quiniela. Cuando sus hijas lo quieren bajar a tierra y le preguntan cómo se siente, él les dice que no las quiere, que fueron un accidente, un “descuido”, y que se casó con su madre por miedo. Inventa cosas, habla con espíritus, se lastima el hombro: pone a disposición todos los medios a su alcance para hacer retroceder el miedo y tapar el dolor del duelo. Ana Julita llora, Omara bebe y bebe.
Salvo (Adrián Giampani) es el ex-esposo de la más grande de las hermanas y trabaja en el rubro de los taxis. En un trance alcohólico, le quita el velo blanco a la difunta y ve su rostro, descubriendo la identidad real del cuerpo que se está velando. Bebido se ríe, tiene que advertir a los presentes: están en peligro. La funeraria se confundió de cajón y la mujer que se está velando es Tía Martita, una capo narco rosarina. El pánico cunde en la sala. Las hermanas y Salvo se desesperan ante la situación y palidecen cuando se presentan sombras narcos en la puerta. La balacera es inminente.
Volá alto, Mamá! es caricaturesca, vodevil; tiene lo mejor del grotesco en las referencias a la época contemporánea. Su ubicación en la línea imaginaria de la tradición teatral nacional tiene lugar junto a Esperando la carroza y La nona. (Las representaciones teatrales de ambos films fueron dirigidas por Martínez en 2007 y 2010, respectivamente). En nuestra obra los actores no rompen la cuarta pared; la cuidan durante toda la pieza, hasta el momento en que descubren que en el cajón descansa el cuerpo de tía de Martita. Ahí es cuando Omara encara al proscenio, se planta e interpela al público:
—Al fin y al cabo todos somos narcos, ¿no?
Mientras tanto, Patricio deja a Gildo en el bar hípico de San Martín y Montevideo y luego lleva a Sully (Haydee Calzone), peluquera y amiga de la muerta, al shopping a comprar bebidas. ¿Quién va al shopping a comprar bebidas? Sólo Sully, que se las arregla para sostener su incapacidad de resistirse al impulso de robar. Sí, Sully es cleptómana.
En una de las escenas Omara cree ver a Patricio vestido de cura. Culpa a su borrachera, pero no: es real. Patricio va a decir unas palabras de despedida de su difunta suegra a pedido de Gildo. Omara, Ana Julita y Salvo completan el círculo en torno al cajón. A Sully se la olvidaron en el shopping con la American Express de Patricio, quien genera suspenso presidiendo la ceremonia pseudorreligiosa que rememora la película El Rito. Rico en intenciones y pobre en ejecución, el cura es desplazado por Ana Julia, quien toma las riendas de la despedida y clama las palabras que titulan la obra: “¡Volá alto, mamá!”.
Los personajes cantan y se aplauden a ellos mismos. Sus imperfecciones, sus miedos, sus carencias y todo eso que les pica la lengua los vuelve queribles, asequibles, humanos. Además, ¿cuál familia se salva de sí misma? Durante el transcurso de la ficción la realidad se filtra en el escenario. Cuando baja el telón y se prenden las luces, el público-actor que se dejó llevar por la ceremonia de duelo y del ritual teatral, se despierta del suceso. Es hora de salir a la calle, con la sonrisa afilada, los cuerpos aliviados, la sonrisa agitada: la maquinaria teatral hizo lo suyo. La ficción operó en la mísera realidad.
FICHA
Dramaturgia: Patricia Suárez. Actúan: Gachy Roldán (Ana Julia), Haydee Calzone (Sully), Silvina Santandrea (Omara), Christian Valci (Gildo), Salvador Trapani (Patricio) y Adrián Giampani (Salvo). Diseño de vestuario y caracterización: Ramiro Sorrequieta. Producción de vestuario: Liza Tanoni. Realización de vestuario: Claudio Benítez, César Alinno y Cintia Pendino. Realización de pelucas: Ulises Freire. Diseño de escenografía: Cristian Grignolio. Realización escenográfica: Equipo del Teatro La Comedia. Diseño de luces: Equipo del Teatro La Comedia. Fotografía: Nano Pruzzo. Asistencia de dirección: Marcela Ruiz Álvarez. Dirección general: Matías Martínez. Producción general: Teatro La Comedia. Funciones los viernes, sábados y domingos de septiembre en La Comedia de Rosario.