Largada de la Feria del Libro de Rosario

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La escritora Selva Almada enfrenta al público. Foto: gentileza Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario.

Al abrir el evento de neto corte popular la escritora Selva Almada y el intendente Pablo Javkin alentaron la lectura de autores «de cercanía», realzando «lo nuestro»

Por Andrés Maguna

Yo estuve ahí y vi lo que sucedió. No me lo contaron, lo presencié. Estaba a pocos metros de la niña que se salvó de milagro de morir aplastada cuando un sorpresivo ventarrón sacudió con inusitada violencia los grandes trompos diamante de telas de colores que engalanaban (y daban marco estético y figurativo) el espacio de la plaza Montenegro donde se desarrollaba el acto inaugural de la Feria Internacional del Libro Rosario 2023, el miércoles 2 de agosto sobre las siete de la tarde; y al ser sacudido uno de los trompos diamante decorativos que estaba cerca de una de las dos plantillas de luces (sobre unas torretas de 2.5m, aproximadamente, de altura, en rigor un tubo metálico montado sobre un trípode) que enfocaban al atril central, en una carambola del viento experimentando las posibilidades de las leyes físicas (inercia, acción y reacción, puntos de apoyo, flexibilidad de la materia), la escultura de tela golpeó la torreta, que cayó rozando una baranda cilíndrica de la rampa del acceso por la derecha al centro cultural sobre la que estaba apoyada, mirando a la escritora Selva Almada (que leía su discurso), una pibita de unos 10 años a la que acompañaba su mamá.

Al caer, la plantilla cenital de luces pasó a pocos centímetros de la baranda de la rampa provisoria sobre la que estaba apoyada la niña y se estrelló con fuerte estrépito sobre el piso (por suerte no hubo explosión de focos porque hoy todas las lámparas son Led). Con el susto, la madre tomó a su hijita por los hombros para apartarla del peligro eléctrico que se cernía sobre sus pies, derribándola sobre el piso de plano inclinado. Selva Almada, que se había quedado a oscuras en toda su faz izquierda, interrumpió su discurso, miró hacia el rincón del accidente, notando que la nena se ponía rápidamente de pie, indemne, dijo “guau” y continuó leyendo su texto.

Esa fue la única nota discordante del acto de apertura. “No pasó a mayores”, como suele decirse, pero a mí me hizo un efecto despertador, me puso en alerta, como si se hubiera roto un hechizo bajo el que me hallaba complaciente y acrítico, mirando risueño la escena con una lente subjetiva aérea desde la óptica de los leones rampantes del Club Español iluminados de amarillo, potentes custodios de un pasado que persiste en la memoria en heroica resistencia ante el desgaste de las inclemencias del olvido. Y mientras la gente de Cultura municipal subsanaba el inconveniente lumínico, ya despierto, bajé de las alturas para mirar atentamente al público con la idea de medir sus impresiones, y noté que todos continuaban mirando y escuchando a la oradora como si nada hubiera sucedido, excepto una mujer, Luciana Weiss, gerente de comunicación y marketing de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, y máxima autoridad del área de la Fundación El Libro, quien ajena al mundo espacial y temporario no dejaba de mirar la pantallita de su teléfono móvil.

En la primera fila, a un metro de Weiss, seguía plácido y sonriente (no en vano sus detractores lo apodan Sonrisita, como si fuera algo malo el sonreír) quien había antecedido en la palabra a la escritora Almada, el intendente de la ciudad de Rosario, Pablo Javkin, y no hizo gesto alguno para espantarse la metafórica mosca que se había entrometido en el desarrollo de la velada, el comienzo de una feria que el año pasado ya había probado la efectividad de su convocatoria (su crecimiento, de edición en edición) y dado réditos como uno de los innegables logros de la actual gestión municipal en el área de la cultura. Sin embargo, es probable que cruzara por su mente una crítica que se hizo sobre el adelantamiento de la fecha de realización de la Feria, pues su edición 2022 transcurrió entre el 8 y el 18 de septiembre, yendo la de este año del miércoles 2 al sábado 12 de agosto, víspera del domingo 13, marcado en el calendario electoral como la hora señalada de las PASO nacionales. “Por el apuro, la Feria se hace a los apurones”, murmuraron algunos conspiracionistas los días previos, cargando las tintas en los precios de los metros cuadrados de los stands, que terminaron siendo subsidiados por el Estado municipal en un 70 por ciento, y por la Fundación El Libro (algo así como los dueños de la marca Feria del Libro) en un 10 por ciento.

Además, el domingo 10 de septiembre Pablito (así lo llaman quienes le tienen cariño) se la juega por la reelección, en las elecciones santafesinas, ante Juan Monteverde, quien demostró que estaba maduro, políticamente hablando, para erigirse en el único contendiente.

En tal sentido, entonces, se puede decir que Javkin la “clavó en el ángulo” con la realización de esta Feria en esta fecha, apostando un pastón de dinero del erario público sobre seguro, pues la del año anterior fue un éxito por donde se la mire, y porque su gestión bancó, precisamente en el área de Cultura, casi todo el partido con el arco invicto (considerando que el “equipo rival” fuera, por caso, el Ministerio de Cultura de la provincia, en manos del peronismo), en gran parte merced al “arquero” designado a tal fin, el secretario Dante Taparelli.

No fue casual que al acto de apertura no asistieran el gobernador de Santa Fe (Rosario es la ciudad más poblada de Santa Fe), Omar Perotti, ni ningún otro funcionario provincial. Y sí, brillaron por su ausencia (mezquino modo de brillar para representantes elegidos por el voto popular), y a nadie llamó la atención que a los dos días, el viernes 4 por la noche, en el salón Metropolitano de Rosario, Javkin, Perotti, Monteverde y el ministro Llonch (subió al escenario a recibir una distinción, en nombre de su ministerio, por la mortuoria puesta del Museo Itinerante del Rock), codo a codo, se afanaran en sus zalamerías para con Raúl Lavié, Mirtha Legrand y otras glorias nacionales en la entrega de los grasosos premios Magazine. Ante cámaras, sobre alfombras rojas, la meneada “convivencia democrática” juega los amistosos que no inciden en la tabla de posiciones real, pero sí en la virtual del inconsciente colectivo.

También es cierto que Rosario es una ciudad chauvinista por excelencia, que sus habitantes tenemos una tendencia a la megalomanía, costándonos reprimir una recurrente jactancia, pues somos la Cuna de la Bandera, la Cuna del Che, la Cuna de los Campeones del Mundo, la ciudad más pujante e industriosa de la Provincia Invencible. Y mucho cuidadito con criticar o hablar mal de Messi, Fito Páez, el Negro Fontanarrosa o Angélica Gorodischer, por citar unas pocas de nuestras muchas “vacas sagradas”.

Pero me estoy apartando de la crónica que tenía pensado escribir, y vuelvo al momento en que cayó la torreta de luces, despertándome de mi letargo complaciente y activando al maldito crítico que atormenta la apacibilidad de mis días poniéndoles sabor (sarna con gusto no pica).

Impertérritos, todos los presentes escucharon el texto de Almada hasta el final, apreciándose finamente que la mayoría convalidaba y disfrutaba sus dulces palabras vertidas respecto de nuestro sacro-sagrado río Paraná, que lleva cerca de tres millones de años irrigando con bendiciones nuestras orillas, moldeando el espacio donde hace apenas poco más de dos siglos comenzó a erigirse la cristiana ciudad que en la actualidad los envidiosos medios porteños catalogan, peyorativamente, como “la Rosario narco”.

Terminado el discurso de la principal oradora (la habían precedido Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación el Libro, y Javkin), el locutor-maestro de ceremonias Esteban Vázquez, desde el vamos encarnando un personaje de “locutor sensible”, dio por inaugurada la Feria, invitando a todos a recorrer sus espacios interiores, tras lo cual, silenciándose el micrófono, por los parlantes se empezó a emitir a todo gas, llamativamente, el tema “Andate”, del grupo Nafta, cuyo pegadizo estribillo reza: “Juntá tus cosas y andate. Andaaate”.

Un intelectual amigo en el lugar de los hechos

Esa noche inaugural no recorrí la muestra, los stands de libreros, editores, distribuidores y dealers de libros, y mientras seguía escuchándose “Andate” por los parlantes me quedé charlando un rato con C, un intelectual amigo, reputado como “poeta y académico”, sobre las vicisitudes de la niña que salvó su vida de milagro, puesto que me había percatado de que C estaba a dos o tres metros de donde cayó la torreta y por eso me acerqué a él con la intención de preguntarle sobre algún detalle que pudiera brindarme, por estar situado “en el lugar de los hechos”.

—Cuando la vi en el piso pensé que la había matado, pero enseguida se levantó y siguió lo más campante —me dijo C, que como todo intelectual es un avezado chismoso, y poca cosa más que yo no hubiera visto, y luego, por unos minutos, hablamos de lo dicho por Almada, luego de que le preguntara qué le había parecido el principal discurso inaugural: “A mí me gustó, Selva me cae bien desde que la conocí, cuando era una pibita”, me dijo C, que es del 61, 12 años mayor que la escritora, y tres más que yo (aunque no sé a quién pueden interesar esta información que brindo porque también soy chismoso pero no me considero intelectual).

En fin, que después de hablar con C me fui a mi casa, a recalentarme un arroz con pollo que había hecho al mediodía, con la cabeza bulléndome de consideraciones y recalibramientos de lo visto y oído. Luego cené viendo el último capítulo de Succession, me acosté con un libro en la mano pero no llegué a abrirlo porque me dormí con la luz prendida, tuve tumultuosos sueños hechos de puros simbolismos espurios sobre libros y escritos de escritores, y me desperté temprano, saltando como un resorte por el ímpetu de comenzar a escribir esta crónica.

A media mañana, cuando llevaba escritos tres párrafos, me llegó por parte de Cultura municipal un video en Google/drive, de poco más de 53 minutos, con el “crudo” del registro audiovisual del acto de apertura, incluidos los tres discursos de los tres oradores y la loca presentación del locutor Vázquez (que estudió Filosofía en la UNR), que visiblemente sensibilizado se acercó al micrófono (sólo transcribo sus palabras, tomadas de dicho video, puesto que lo dicho por los otros nombrados puede consultarse en diversos sitios) y sin preámbulos comenzó diciendo un texto de su propio cuño:

“El escritor sudafricano John Maxwell Coetzee dice que los rituales facilitan las cosas, pero el andinense Jorge Fadermole dice que los centinelas del agua no se han ido todavía y que traen desde remotos días las palabras y el fulgor. Antes, el rosarino Chacho Muller había dicho: pan que mi río nos ofrece mansamente. Plateado y vivo, salta en las redes, brilla en los ojos de quien lo sabe ganar. Gente de río, pescadores de mi río Paraná. Pero en la misma época el psicoanalista francés Jean-Bertrand Pontalis decía que los seres humanos cantamos para arreglar un desarreglo congénito, irreparable, y que sin embargo nos hace humanos. Y los rituales son parte de ese canto colectivo. Pertenecemos, habrá que decirlo, a una especie nostálgica. Y no hablo de la nostalgia como dolencia o antesala de la vejez, hablo de la nostalgia como resultado de nuestra temporalidad. Al fin y al cabo, somo criaturas del devenir. Debió ser la nostalgia la que anunció nuestra llegada. He aquí los que van a encender el fuego, sin mejor motivo que contar sus historias alrededor de las llamas. Señoras y señores, tengan ustedes muy buenas tardes. Bienvenidas y bienvenidos a la vigésimo quinta edición de esta Feria del Libro de Rosario. Agradecemos profundamente a todas y todos los que se acercaron. Editores, libreros, autores, que participan de esta feria. Sin duda uno de los eventos más importantes de la ciudad, y que se extenderá a lo largo de once días. A 40 años del regreso de la democracia, bajo el eje Lecturas del presente, abrimos esta edición 2023 de la Feria Internacional del Libro Rosario, un encuentro ciudadano co-organizado junto a Fundación el Libro, que la Municipalidad de Rosario impulsa en el marco de su política cultural pública, con entrada libre y gratuita. Con el centro Cultural Roberto Fontanarrosa como marco, un espacio emblemático de la cultura de Rosario, damos hoy inicio hasta esta gran feria que se extenderá, entonces, hasta el sábado 12 de agosto. (…)”

Después de esa sensible presentación hablaron Vaccaro, Javkin y Almada, y dijeron lo que dijeron y fueron escuchados atenta y armoniosamente, más allá de que cada quien tratara o no de reconocerse en el otro, los otros, en ese raro colectivo eventual que se llama público.

El precioso mural de Mele Bruniard que fue tapado, temporariamente, por stands de feriantes.

Los días siguientes, jueves 3, viernes 4, sábado 5 y domingo 6 volví a visitar la Feria Internacional del Libro de Rosario, abierta al mundo con “entrada libre y gratuita” (como se resaltó y resalta con insistencia, como si la libertad no fuera un derecho adquirido y la gratuidad una costosa utilización de lo aportado por los contribuyentes), y me sumergí en la colorida vorágine de esa socialización urbanidad semipueblerina tan rosarina (todos parecemos conocernos con todos, tratándonos con familiaridad de parientes o amigos, como si nos conociéramos desde hace tiempo), lamentándome, cada vez que pasaba por allí, de que decidieran tapar con stands el precioso mural de Mele Bruniard de la planta baja, escuchando los comentarios de los desconocidos, encontrándome con gente a la que hacía mucho tiempo no veía, y entablando breves pláticas con algunos, evitando a los que me evitan, sin meterme en pullas con nadie, cuidándome especialmente del Roberto de bronce que custodia, amenazante y cordial, el ingreso al centro cultural de la plaza escandinava Santiago Montenegro. Pude, además, escuchar unos lindos recitales (Ayelén Beker, en el Espacio Hugo Diz, Daniel Umpi, en el Auditorio Angélica Gorodischer, y el homenaje a María Elena Walsh en el escenario de la explanada exterior) y asistir a un par de charlas asaz interesantes, como la del domingo a la tarde, en la sala Beatriz Guido, titulada “Avatares de la literatura de Rosario durante estas cuatro décadas de democracia” y desarrollada por una “mesa” de lujo: Roberto Retamoso, Marcelo Britos, Andrea Ocampo y Pablo Colacrai.

En todas las convocatorias me gustó mucho comprobar que una parte importante de los espectadores u oyentes estaba compuesta por gente común, viejos y familias, de humilde condición, pobres de los barrios pobres, ejemplos prístinos de dignidad, que como presencias casi fantasmales le dan calor y sentido a todos los eventos “libres y gratuitos” que la Secretaría de Cultura municipal programa (anotémosle un poroto por ello a Taparelli) incluyéndolos desde el momento de la planificación con atinado esmero. 

Sobre esto que vi, escuché, pensé y viví en la Feria, incluido el estreno de la obra El Gran Circo Argentino en el teatro La Comedia, el jueves 10 (estoy cerrando esta nota el lunes 7 a la mañana), espero escribir en una próxima entrega de Revista Belbo, ocasión en la que podré desarrollar el concepto de anamorfosis (que me guio en la observación) de acuerdo a como lo entendía Lacan, para quien era lo que le permitía avanzar en su pensamiento acerca de la mirada de “ese objeto frente al cual el sujeto se encuentra suspendido, anonadado, en los límites de la estructura del lenguaje, más allá del símbolo fálico, más allá del espacio geometral, más allá del sujeto cartesiano”.

Porque, como dije, “el sujeto cartesiano” al que está dirigida la feria son los vecinos corrientes y mayoritarios, de extracción popular, a los que se alentó en esta edición de la Feria, muy especialmente, a leer a los autores “de cercanía”, sus conciudadanos, sus comprovincianos, y según lo resaltaron Almada y Javkin en sus discursos. Si ese no es un loable, atinado y hermoso objetivo, no sé cuál otro podría serlo.   

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