Carlos Alberto le dijo a Diego Armando en el 2005: «Sé que por ahí no es mucho, pero siento que con Argentina mi cuota la cumplí».
Por Claudio Metticelli
Dijo ayer Fito Páez, terminado su concierto homenaje a Charly en el Colón, después de agradecerle a la Municipalidad de Buenos Aires, en el epicentro de un porteñismo que hace no mucho dijo que le daba “asco”:
–Es tan hermoso ver que la gente reacciona solamente por amor…
“La gente…” “Solamente…” “Por amor…” Los lugares comunes del hijo pródigo de este puerto rosarino me sumergieron, como dicen las novelas antiguas, en profundas meditaciones. Y a mi edad (¡89 recién cumplidos!) las profundas meditaciones me conducen a la cama, ese sitio que más temprano que tarde me conducirá a la noche más profunda.
Me pregunté (rodeado de una oscuridad tan negra como la que envolvió a nuestro genio musical, a nuestro Beethoven, cuando entró y cuando salió del escenario del CCK) si amar implica negar, si el amor justifica la mentira, si existe un sentido del deber cuando hablamos de amor, si el amor unilateral precisa del silencio cómplice, la aquiescencia, el sometimiento; si el amor es verdaderamente el camino, si amor y admiración son sinónimos, si el fervor amoroso es una fuerza que no reconoce límites y a la que es inútil oponerse…
Y a la mañana siguiente, ¡todavía vivo!, me seguí preguntando:
¿Cuál era el objetivo de sacar a Carlitos de su sarcófago médico, emperifollarlo y sentarlo en una silla ortopédica?
El consumo vampírico de las masas de fans y de la Vieja y la Nueva prensa, no contento con una producción de obra inmensa, inconmensurable en su proyección, exige del genio que la produjo, de su persona, hasta su última gota de sangre: ¿Necesitábamos verlo allí, semiparapléjico, apenas pudiendo articular un «gracias»?
Por más que frotemos la lámpara el genio ya no puede concedernos más que deseos oscuros: estar pero no estar, tocar pero no tocar, moverse en la completa oscuridad, ser el abuelo que apenas respira en un rincón de la fiesta. Imágenes obscenas, en las que hay algo que anda mal, que actúa fuera del seno, precisamente, como un bebé que succiona un dedo, ¡pobrecito!, anhelando leche materna…
¿El espejo Charly García en el que nos miramos hace más de 50 años, otra vez, nos muestra sin fisuras los más real de nosotros mismos? ¿Es tan inmensa su magia que ni siquiera requiere de él para tener efecto? ¿Así somos ahora, en este «nuevo mundo»? ¿Fanáticos, morbosos, acríticos, capaces de excitarnos ciegamente con Fito Páez, el gastado heredero apurado por irse al Colón? ¿Es eso el amor? ¿Creer que sale leche del dedo es amar?
La leche materna no está en el dedo y Charly García, según entiende mi mente anciana, no estaba en el CCK, ni mucho menos en el Colón, por más que el título de Clarín, en su transmisión por streaming, haya sido: “Charly García en el Teatro Colón: el festejo de sus 70 años con Fito Páez”.
En el 2005 el excelente entrevistador Diego Armando Maradona le preguntó a Carlos Alberto García qué pensaba de la actualidad política argentina. Y Carlitos dijo:
–Sé que por ahí no es mucho, pero siento que con Argentina mi cuota la cumplí, siento que hice lo que tenía que hacer en el momento que había que hacerlo… Cuando hubo que poner la cara y hubo que mandar fruta, mandé fruta. Para mí la política ya es un refugio de profesionales…
El Pelusa entonces le preguntó:
–Flaco, entonces para la juventud argentina, ¿qué hay?
Y Carlitos dijo:
–¡Say no more!
Es un domingo de sol esplendoroso y ayer Charly cumplió 70 años. Fue y será muy importante para nosotros porque nos define, al igual que Diego, Evita, Cristina, José, Ernesto, Astor, René, Hebe, Alejandra, Jorge Luis, Rodolfo, y tantos otros y otras que reflejan en plenitud nuestras contradicciones como personas y como sociedad. Ayer, sin estar, García siguió “mandando fruta”, mostrándonos, de nuevo, también lo peor de nosotros mismos. Verme en ese reflejo fue horriblemente desolador, comprobé esta mañana, intentando deshacerme de tantas preguntas oscuras, cansado de buscar leche en el dedo y dispuesto a que el «Charly cumple» no sea la canción para mi muerte… Quería, en definitiva, mi propio Say No More… ¿Y saben qué? ¡Lo encontré!
Y lo encontré cuando menos los esperaba: una chica que caminaba por la vereda de casa, de no más de 16 años, pasó cantando Inconsciente colectivo, y su dulce voz, entrando por la ventana que da a la calle, me hizo llorar, colmándome de algo muy parecido al amor, al amor verdadero, el que dice siempre algo que está más allá de las palabras; ese amor que refulge, por un segundo, en medio de la noche.
Nace una flor, todos los días sale el sol
de vez en cuando escuchas aquella voz…
¡Say No More, eterno Carlitos!