Siguiendo las notas al pie de La operación Masotta (Catálogos, 1991), el ensayo biográfico de Carlos Correas (1931-2000) sobre su amigo Oscar Masotta (1930-1979), nos encontramos con una referencia a la conexión de Jorge Luis Borges con Le Temps Modernes, la revista dirigida por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Las extensas notas al pie de Correas en este libro tienen una función similar a la del cuento Nota al pie de Rodolfo Walsh, en el sentido de que crean una historia paralela a la supuesta «historia principal», siendo, más que un recurso, un género en sí mismo. Dice Carlos Correas en la primera nota al pie del capítulo La espantosa y neutra quiebra mental:
«Breve memorándum de nuestra conexión con la conexión francesa con Borges. Oscar y yo observamos la presencia de Borges en Les Temps Modernes en el artículo de René Etiemble «Un homme á tuer: Jorge Luis Borges, cosmopolite» aparecido en el número 83 de setiembre de 1952. La traducción de Verdevoye e Ibatta, «Fictions», aparecida en 1951, movió la atención de Etiemble. Ponderábamos a Etiemble, ya con varias colaboraciones en Le Temps Modernes; sabíamos de su tesis acerca del «mito» de Rimbaud. El artículo sobre Borges nos pareció agudo, con una patente volición de ingenio. Nos respetabilizó a Borges, pero no nos indujo a leer estudiosamente ni su prosa ni su poesía. Excluido Etiemble de T.M. en 1953 por mostrar mucho su anticomunismo, lo seguimos leyendo en Les Lettres Nouvelles, revista que frecuentábamos, aunque no con la asiduidad de T.M. Les Lettres Nouvelles fue fundada en 1953 y era dirigida por Maurice Nadeau, también colaborador en T.M. en crítica artística y literaria. En L.N. leíamos asimismo con interés la sección Petite mythologie du mois, de Roland Barthes, en la que percibíamos una suerte de crítica fenomenológica de la vida cotidiana. Sabíamos también que Nadeau había escrito «Un écrivain déroutant et savoureux: J.L. Borges», en L’Observateur, pero no pudimos acceder a ese texto. Sí leímos en L.N. el artículo de Paul Bénichou «Le monde et l’esprit chez Jorge Luis Borges», en el número 21, noviembre de 1954. Aquí es verosímilmente la traducción de Caillois: «Labyrintes» (1953) la que indujo el perspicaz y macizo trabajo de Bénichou. Tampoco nos llevó a investigar a Borges, supongo que debido a nuestras preocupaciones políticas. Al fin, la célebre aparición del propio Borges en T.M. en el número 114-115 de junio-julio de 1955: siete textos tomados de «Otras inquisiciones» y traducidos por Paul y Sylvia Bénichou. Entre ellos, que habrá sido caro a los franceses, «Anotación al 23 de agosto de 1944» y «El idioma analítico de John Wilkins», con la taxonomía zoológica que hizo reír a Foucault. ¿Cómo llega el «propio» Borges a T.M? En este ejemplar figura en tercer lugar en el sumario, luego de Sartre, que inicia su Nekrassov, y luego de Simone de Beauvoir, con su crítica «Merleau-Ponty et le pseudo-sartrisme». No creo que Sartre o de Beauvoir hayan tomado la iniciativa. Menos aún que el Comité de Redacción de la época que, a causa de los cambios por las posiciones políticas, estaba constituido por Jean Cau, Claude Lnzmann y Marcel Péju. Cau es ante todo el secretario personal y el portavoz de Sartre. Lanzmann y Péju son consejeros políticos de Sartre y, en la revista, se ocupan de la actualidad política, función que le sienta poco a Sartre. Me inclino a pensar que Bénichou o Michel Leiris o Nadeau fueron los introductores de Borges en T.M. Obtendrían luego el imprimátur de Sartre o de de Beauvoir. Pero es exagerado afirmar, como Oscar, que «Sartre conocía en Francia la obra de Borges y la hacía publicar en Les Temps Modernes». Quizás haya hojeado esos siete textos, antes o después de su publicación. No le habrán disgustado; más bien le habrán dado cierta alegría estética».
Leído esto nos fuimos a buscar a René Etiemble, queriendo saber por qué lo ponderaban Masotta y Correas. Nos interesó, sobre todo, saber de su trabajo acerca del «mito Rimbaud», pero lamentablemente encontramos tan solo un artículo de Etiemble sobre Rimbaud traducido al castellano, transcriptos por la revista Mecánica Celeste de uno de los tomos de Los escritores célebres, una enciclopedia española editada por Editorial Gustavo Gili en 1966. Compartimos con ustedes el artículo, traducido por Juan Eduardo Cirlot, con la ilusión de que nos abra las puertas a más textos de Etiemble.
«Rimbaud 1854-1891»
Por René Etiemble
Todo el mundo conoce a Rimbaud y nadie sabe nada de él. Una imagen legendaria, que pronto tiende a convertirse en ícono, he aquí el Rimbaud con que se tropieza en los manuales, en los libros de historia y antologías.
Se le convierte en fundador de una orden casi religiosa, la famosa “orden” simbolista: bastaron para esto dos bellos contrasentidos, uno sobre el Batteau ivre y el otro sobre Les Voyelles. Bien lejos de constituir un poema simbolista, el Batteau ivre no es sino un lugar común de la poesía parnasiana; leed Le Parnasse contemporain: allá no hay más que barcos fatigados. En cuanto a Voyelles, del que se hace el manifiesto, o el evangelio, de la pretendida audición coloreada, leed este poema con cuidado: los versos que se dice ilustran la vocal U no contienen sino muchas I:
U cycles, vibrements divins der mers virides,
Paix des patis semés d´animaux, paix des rides
Que l´alchimie imprime aux grands fronts studieux.
Y así sucede con los demás… ¡Y pues!
Se le ha convertido en semidiós de la secta surrealista, aislando de la obra entera ciertos poemas, Les Mains de Jeanne-Marie por ejemplo: divulgando varios documentos desconocidos, Obscur et froncé, Un coeur une soutane, por dar otro ejemplo. Aragón y Breton alzan a Arthur Rimbaud contra los tabús que se trata de violar: la religión católica, el amor a la patria y la moral sexual. Pero sus discípulos atenúan la virulencia de estos textos y se esfuerzan en atraer al poeta hacia la Cábala y la Magia, menos directamente peligrosas para nuestras sociedades.
Se le han convertido en católico: su vida, que se reduce a dos anécdotas sospechosas: el asunto del sucio santurroncito y la pretendida muerte cristiana, se convierte en la de un hijo arrepentido, luego en la de un santo, “parástade” de santa Juana de Arco, hermano de santa Teresa de Ávila, anunciador de santa Teresita de Jesús.
Se le ha convertido también en fascista, en un buen germano, en un verdadero celta, en el anti Virgilio; o se le ha convertido en comunero, en comunista y estaliniano; se ha hecho de él un buen burgués y de su existencia una vida verdaderamente “encantadora” (a ese homosexual se le suponen hasta seis amantes; se dice que no murió de la viruela, sino de sinovitis, de gangrena o del pinchazo de una espina); se le ha convertido también en un verdadero granuja, en el paradigma de los perversos, en la héroe de la droga.
Más recientemente, Albert Camus saludó en Rimbaud al “aventurero de lo absurdo”; Jean-Paul Sartre, a un poeta existencialista que “se elige” en la angustia; Isidore Isou lo concibe como el antepasado del letrismo.
Mejor todavía, o peor, se hecho de él un dios. ¿No nació con los ojos abiertos? ¿No es único? ¿No forma con Lautréamont (pero también con Germain Nouveau, con Hart Crane) una o varias parejas de dióscuros? ¿No recibió el don de las lenguas? ¿No profetizó su vida, su muerte, la importancia de la costa de los somalís, la derrota de Guillermo II, el plano de Nueva York, los campos nazis de concentración, la boda de su hermana con Paterne Berricho? ¿No tenía los rasgos mismos del superhombre: un iris, brazos, una virilidad, en resumen todo sobrehumano? ¿No encarnó al ángel portador de luz, Lucifer o Satán?
Esto se discute a veces. Pero si se duda a veces de Rimbaud-Lucifer, es porque se cree que Rimbaud repite rasgos de Jesús o los mejora. Nacido en Belén, aparece luego entre los doctores, luego en el desierto, para los cuarenta días de la prueba, luego en el Monte de Olivos, -y por último en la cruz. Ortodoxos y monifisitas discuten ásperamente sobre las dos naturalezas o no de Rimbaud-Jesús. Los miembros de su familia fueron poco a poco divinizados. El Dios Rimbaud, al que se elevan altares, a quien se cantan plegarias, de quien se veneran las reliquias, del que con piedad se imita la existencia, el Dios Rimbaud, que, por así decirlo, fundó el sacramento del suicidio (sacramento que se administrarán Jacques Vaché, René Crevel, Hart Crane, Rabearivelo, Jacques Rigaut entre otros); el Dios Rimbaud que hizo dos milagros cuando menos es también el Dios Proteo: se le asocia al mito bonapartista del culto al Emperador; hele aquí embarcado en el navío Argos, con Jasón y sus cómplices, pero, en la carabela en que Colón llega a las Indias, encuentra a los grandes malditos y ante todo al judío errante; el judío errante, es decir Ismael, es decir Caín, es decir Prometeo, es decir, en fin, Ícaro; el maldito pronto hace amistad con don Juan, el maldito del amor; con Fausto, el maldito del conocimiento. Resumiendo, Rimbaud resume todos los dioses. Tiene su propio cómputo: “Le temps des ASSASSINS”: como escribió el poeta Louis de Gonzague Frick: “Se proclama su aseidad.”
Tanto como las dificultades que han querido las leerse en estos textos, las fugas y los viajes de Rimbaud le aseguran en las letras y en la historia de las religiones un lugar que no conservará.
Jean-Nicolas-Arthur Rimbaud nació en Charleville, el 20 de octubre de 1854, siendo hijo de Frédéric Rimbaud, oficial procedente de filas, director de una oficina árabe, que no pudo soportar mucho tiempo el carácter de su esposa, Vitale Cuif, campesina rica y limitada, beata además. Abandonado a la influencia de una madre inculta, pero tanto más autoritaria, el joven Arthur, que se juzga algo niño prodigio, gloria de su colegio, acumula en su interior las fuerzas de la subversión que varias fugas y numerosos poemas, que escribe a los dieciséis años, no llegan a agotar. Su profesor de retórica, Georges Izambard, le hacía leer a Hugo y Rabelais. Entre tanto, sintiendo la comezón de la gloria literaria, el joven Arthur envía al príncipe imperial hexámetros en latín y luego una carta a Banville, para solicitar un lugar en el Parnasse contemporain. La Revue pour tous, La Charge, los diarios de las Ardenas publican con el nombre de Rimbaud, o bajo algún seudónimo, o incluso anónimamente, poemas y prosas en los que estalla, al mismo tiempo que un evidente genio verbal, una facilidad proteiforme para plagiar a Hugo, Leconte de Lisle, o, sí es preciso, a cualquiera.
La guerra de 1870, la caída del Imperio, agravan su gusto por las fugas. Deja Charleville; estudiaba allí a los socialistas franceses; hele en el París sitiado, en febrero de 1871; luego, nuevamente en su casa, en el momento de la semana sangrienta, rabioso por no batirse en las filas comuneras. Al menos cantará Les mains de Jeanne-Marie, una de aquellas que serían tratadas de petroleras por los versalleses. Su revuelta, que hasta entonces se acomodaba a los plagios inocentes e inofensivos, lo invade ya todo, todos los versos. Es también el tiempo de las Premières Communions, de los panfletos anticlericales y de esa sátira del Parnaso, que envía aún a Banville: Ce qu´on dit au poète à propos du fleurs.
La amistad de un tal Bretagne, cuyas costumbres dieron que hablar a los carolopolitanos, acaba de revelarle su naturaleza y acaso el secreto de una revuelta contra todo: “No habiendo amado a ninguna mujer -¡aunque pleetórico de sangre!- tuvo su alma y su corazón, toda su fuerza, educados en errores extraños y tristes.” Bretagne era amigo de Verlaine; estimula a Rimbaud para que le envíe unos versos y llega entonces la frase tan conocida: “Venid, querida alma grande, se os espera, se os desea.” Con Le Bateau ivre en el bolsillo, Arthur Rimbaud llega una vez más a París, ¿hacia la gloria, al fin? Los suegros de Verlaine ponen mala cara a ese parludo que come sin refinamiento. Pero Verlaine le lleva a todas partes, le acompaña al teatro; los diarios de París, los cafés de París pronto conocen a Mlle Rimbaud, “la gran amiga” de Paul Verlaine. Valade escribe a su amigo Blémont: “Es Satán entre los doctores.”
Esa amistad destruirá el matrimonio de Verlaine. En marzo de 1872, Rimbaud deja París, retorna a la casa de Roche y compone allí algunas de sus canciones más sutiles; las más blandas también: la de La plus haute tour, La Comédie de la soif, etc. Verlaine, sin embargo, resignado a todo para conservar a Rimbaud, lo llama a parís. El 7 de julio, ambos vagabundos, loeti et errabundi, parten para Bélgica e Inglaterra. Vida miserable, que hace más miserable aún la unión de los dos amigos. Rimbaud, bruscamente, se marcha a Charleville. Ha escrito otras canciones y las Iluminations. En enero de 1873, Verlaine, sufriente, se queja de estar gravemente enfermo y su madre se apiada de él, haciendo que Rimbaud vaya a verle a Londres, pagándole el viaje. Tan pronto se ha restablecido el enfermo algo imaginario, Rimbaud retorna a Charleville. Comienza allá un Libre païen o Livre négre. Unas semanas más tarde, ¡cómo se aburre! He aquí que Verlaine llega a Bouillon. El 24 de mayo se reúnen y se lo perdonan todo; al día siguiente, dejan Amberes por Londres, donde otra vez se hallan en la miseria. Después de escenas aún más violentas que la vez anterior, Verlaine abandona a Rimbaud y llega a Bruselas a fin de concertar una entrevista con su mujer. Pero sólo su madre va a la cita. Desamparado, ¿a quién llamar si no a Rimbaud? Éste replica; es la nueva amenaza de separación. Se le han encontrado a Verlaine cartas y poemas que no dejan ninguna duda a los magistrados belgas sobre la naturaleza de la amistad que une a los dos poetas. Mientras Verlaine entra por dos años en la cárcel de Carmes, Rimbaud regresa a casa de su madre y termina el Livre négre, pero en un tono muy distinto del que marcaba los primeros capítulos: será la Saison en Enfer. Poot et Cie de Bruselas imprime ese folleto, pero, como el autor no paga la factura, sólo recibe los ejemplares justificativos. La edición es apilada en un desván, en casa del impresor. Cuarenta años después, un bibliófilo hará su inventario: la cuenta sale bien, pues todos los ejemplares impresos están allí.
En 1874, Rimbaud vuelve a encontrarse en París, donde se le acerca Germain Nouveau, que parte con él para Inglaterra. Los dos poetas viven allí de lecciones particulares. Rimbaud le da a conocer sus Iluminations; sin duda, las ha copiado de nuevo, a petición, ¿quién sabe?, de su nuevo amigo. En 1875, Rimbaud se halla en Stuttgart, donde aprende el alemán y apalea a Paul Verlaine, que va a catequizarle. El 19 de mayo de 1876, Rimbaud se enrola en el ejército holandés, para servir en las Indias holandesas. Llegado en julio a Batavia, tres semanas más tarde ha desertado, embarca en un velero inglés, desembarca en Burdeos y retorna a pie a Charleville, para celebrar en familia el primero de año de 1877. En 1877-1878, Rimbaud recorre Europa, ¿en busca de qué? ¿De trabajo o de sí mismo? Viena, Holanda, Suecia, Hamburgo, Suiza, el San Gotardo que franquea andando. En noviembre de 1878, un navío le lleva a Chipre; allí encuentra trabajo, cae enfermo, regresa a Roche, se cura de unas fiebres tifoideas, pasa el invierno en familia, pero en 1880 vuelve a partir para la isla de Chipre. Se le emplea como vigilante del trabajo de una cantería. Pero en agosto del mismo año se marcha a Aden. La casa Viannay, Mazeray, Bardey et Cie le envía a la sucursal que acaba de abrir en Harrar. Este oficio de comerciante en pieles o en café no sacia su inquietud. Sueña con la cultura científica ese virtuoso del verso latino. Estudia el árabe y diversas lenguas indígenas, geografía, las artes del ingeniero y del explorador. En 1882, sus patronos le ofrecen la ocasión de explorar el Ogaden y dirigir un informe a la Sociedad francesa de Geografía. Después de la liquidación de la casa Viannay et Cie, Rimbaud trabaja para Alfred Bardey. Pero si acepta aburrirse en África es para ganar dinero y poder casarse con una mujercita de su país, situación de provecho. Venderá pues fusiles a Menelik y negros a quien los quiera. Después de toda suerte de pruebas, y, a pesar de la hostilidad de la Intelligence Service, llega junto a Menelik; buen príncipe, que se niega a pagar el precio convenido. Financieramente, la expedición es un fracaso. De 1888 a1891, Rimbaud se resuelve a volver a su antigua profesión: gerente en Harrar de una factoría, por cuenta de la casa Tian. En febrero de 1891 experimenta los primeros dolores de lo que se intentó llamar un cáncer, el carcinoma de los jinetes. Amputada la pierna derecha el 9 de mayo de 1891, en Marsella, a donde se hiciera repatriar, irá a morir a Roche, tras una breve estancia que él supuso convalencencia. Rimbaud murió a los treinta y siete años, el 10 de noviembre, en el momento mismo en que los literatos se disputaban los ejemplares no mutilados del Reliquaire, la primera colección de sus primeros poemas.
Desde hacía siete u ocho años se hablaba mucho de él, gracias a Verlaine que lo “lanzó” en Les Poetes Maudits y publicó Les Illuminations en “La Vogue” y luego en volumen, así como la Saison. Decadentes y simbolistas se sentían felices intentando anexionarse al muerto viviente. Ya no se lee, apenas se le estima. Basta con consultarle como un libro sibilino, como la “Biblia de los tiempos modernos”.
Para quien quiera leerla, la obra es clara, sin embargo: como la vida.
En los confines de la época romántica y de la época técnica, en un país colonialista, pero dado al verso latino, un joven evidentemente genial que lleva una vida incomprendida se hunde en la poesía. Como la mayoría de jóvenes, Arthur Rimbaud hace versos antes de pensar en un oficio lucrativo; sus versos son bastante bellos, luego son muy bellos: por reinar el Parnaso, los hace parnasianos. Pero la guerra y extraños amores maduran pronto ese absceso: discípulo de Juan Jacobo y desgraciado en la tierra, intenta, mediante algunas iluminaciones, oponer a la fealdad del mundo los recursos de su imaginación. Cree comprender, ¡ay!, que no se puede cambiar la vida y que, para actuar sobre el mundo, un solo transformador es más poderoso que doscientas mil metáforas. Y luego, esos románticos, en suma ridículos, hacen del poeta una especie de mago o de dios. ¡por la ciencia y adelante! Por la moral también, éstos serán nuestros únicos credo. Implicado en los conflictos de imperialismos que entonces se disputan la Abisinia y las fuentes del Nilo, Rimbaud se hace explorador; tan buen explorador como antaño buen poeta. Él, que repudiaba la moral, asiduamente la vuelve a aprender.
Que por una moral, aunque imperfecta, un joven genial abandonara la poesía, constituye una lección que demasiada gente consigue olvidar. Sin embargo, es la lección que conjuntamente nos dan la Saison en Enfer y la vida africana. ¡No hay “caso” Rimbaud! Hay Rimbaud, su vida, su obra, la lógica bien prevista una y otra. He aquí todo el “misterio”.