Recuerdo y homenaje al filósofo chileno Humberto Maturana (1928-2021) y a sus lecturas del conversar. UN BREVE FRESCO DE su forma de alumbrar un mundo
por julio cano
El pasado jueves 6 de mayo falleció en Santiago de Chile, a los 92 años, Humberto Maturana, neurobiólogo y pensador chileno, de vasta trayectoria y de honda influencia en el panorama del pensamiento contemporáneo.
Sus revolucionarios aportes tanto a la biología como a la epistemología señalan un hito destacado y una contribución mayor a ambos campos desde nuestras tierras del Sur. Estas líneas pretenden ser un modesto aporte al conocimiento de algunas de sus ideas, no más que eso.
En 1943 el físico austríaco Erwin Schrödinger publicó un pequeño libro titulado ¿Qué es la vida? en donde resumía las respuestas que la ciencia había aportado hasta ese momento a este fenómeno (la vida) que pasa por ser el mas apasionante e intrigante de todos y que nos implica profundamente. Sus respuestas no dieron por cerrado el asunto pero sí advirtieron que el fenómeno de la vida no admite una respuesta única y determinada (no posee una respuesta unívoca) sino que es un fenómeno abierto, una serie de procesos en cambio incesante que no tiene –y no puede tener– una aclaración definitiva.
Unos treinta años después de la aparición del libro de Schrödinger, el biólogo chileno Humberto Maturana comenzó a estudiar el fenómeno de la vida de un modo novedoso, vinculando los procesos vitales con los procesos cognitivos y a ambos con el accionar de los seres vivos en el mundo. Su punto de partida metodológico ya no fue: “¿Qué observo?” sino “¿Qué características poseo como observador para decir que lo que observo es así y no de otro modo?” Es decir, involucró al observador en el conocimiento, no lo dejó fuera y con esto puso en serios aprietos a la noción tradicional de objetividad.
El campo de estudio de Maturana y de su colaborador y luego colega Francisco Varela se restringió primero a la célula viva. Después ambos derivaron sus respuestas y hallazgos a niveles vitales mas complejos, llegando hasta la estructura de la sociedad.
De sus minuciosos estudios sobre esa muy compleja interrelación que supone la vida surgió una respuesta inesperada para los científicos: la vida, según Maturana y Varela, no se define por los procesos físicos involucrados en la estructura celular (era el camino seguido por Schrödinger) ni por los componentes de la célula estudiados analíticamente (que es tradicionalmente la corriente principal de estudio) sino por su propia capacidad de reestructurarse, de re-crearse. Es lo que implica el concepto de autopoiesis.
La autopoiesis señala, en efecto, que la característica fundamental de los seres vivos es que, literalmente, se producen continuamente a sí mismos. Autopoiesis es una palabra compuesta derivada del griego donde “autós” significa “a sí mismo” y “poiesis” “producción”.
Esta definición se hizo célebre y fue motivo de innumerables discusiones y controversias ya que vino a ubicar la producción de la vida en procesos internos a ella misma y no generados externamente.
Por si esto fuera poco, también se agregó el hecho que la producción de lo viviente se produce en entes que interactúan con el medio, que saben lo que se está produciendo. Es decir que el vivir está involucrado orgánicamente con el conocer. Hay aquí una ampliación del conocimiento hacia todo lo viviente, dejando atrás las nociones que establecían niveles de conocimiento solamente adjudicables a los humanos y, con limitaciones, a algunos primates.
Conocer
Para Maturana y Varela conocer implica no una representación del mundo “exterior” sino la continua creación de un mundo a través del proceso mismo de la vida. Esto supone que vivir, para cualquier ser vivo (desde una bacteria a un ser humano), es igual a conocer el mundo que se va percibiendo. Los autores identifican este fenómeno nombrándolo de una forma muy hermosa: dicen que el ser vivo va “alumbrando un mundo” a medida que existe y ese alumbramiento supone la dos acepciones más notorias del término: es un nacimiento y una iluminación simultáneamente.
La cognición es parte integrante del modo en que un organismo vivo interactúa con su entorno. Un organismo no reacciona a los estímulos ambientales mediante una cadena de hechos que actúan como causa y efecto sino que responde con cambios estructurales. Así la interacción cognitiva del sistema con su entorno es una interacción inteligente.
La cognición no es una representación de un mundo independiente sino el continuo alumbramiento de un mundo. Ahí afuera no hay un territorio del que podamos levantar un mapa; es el propio acto de cartografiar el mundo quien lo crea. Conocer no es representar.
La trama de la vida
Nuestro autor explica el fenómeno de la vida como una trama donde no es posible separar uno de sus componentes sin que pierda sentido su entera significación. Autopoiesis, conocimiento y mundo coexisten en una red compleja que sucede en procesos (“en una deriva evolutiva”, dicen).
Con el tiempo y el avance de sus investigaciones, Maturana fue incursionando en asuntos relacionados con la sociedad, su interés entonces se expandió hacia la filosofía y fue autor de importantes trabajos sobre educación y política en donde los conceptos expuestos arriba encontraron una mayor riqueza al expandirse.
En el libro El sentido de lo humano aparecen estos asuntos, desplegados en charlas con distintos periodistas.
Nos vamos a detener en lo que piensa respecto al conversar.
Conversar
Todo quehacer humano se realiza en conversaciones, esto es, en redes de coordinaciones de acciones y emociones que resultan de un fluir entrelazado del hacer y el emocionar en el lenguaje, y toda acción queda definida como tal por la dinámica emocional que sustenta los procesos que la constituyen en el dominio del hacer.
Así, una cierta secuencia de movimientos en un encuentro puede ser un saludo o una agresión según el emocionar en que ocurre.
Como el convivir humano tiene lugar en el lenguaje, ocurre que el aprender a ser humano lo aprendemos al mismo tiempo en un continuo entrelazamiento de nuestro lenguaje y emociones según nuestro vivir.
Yo llamo conversar a este entrelazamiento del lenguaje y emociones. El vivir humano se da en el conversar.
…es en el conversar donde somos humanos.
Como entes biológicos existimos en la biología donde sólo se da el vivir. La angustia y el sufrimiento humanos pertenecen al espacio de las relaciones. Todo lo espiritual, lo místico, los valores, la fama, la filosofía, la historia, pertenecen al ámbito de las relaciones en lo humano que es nuestro vivir en conversaciones.
En el conversar construimos nuestra realidad con el otro.
Por eso, el conversar es constructor de realidades… Nos podemos herir o acariciar con las palabras.
El “lenguajear” ocurre entrelazado con el emocionar y a lo que pasa en ese entrelazamiento lo llamo conversar.
Conversar, en su etimología latina, significa “dar vueltas juntos”
Conversare, del latín «conversari»: “encontrarse juntos”, caminar alrededor, caminar en torno.
Lo humano se vive en el conversar, en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar que es el conversar.
Más aún, lo humano se vive en redes de conversaciones que constituyen culturas.
(Textos de “El sentido de lo humano”, ediciones Dolmen, Stgo. de Chile, 1997)
El conversar que Maturana defiende es otra manera de hablar del diálogo. Lo sostiene de un modo fuerte: conversar, dialogar, forman parte de lo humano más genuino. Como consecuencia, la disputa disruptiva, la furia, el odio, son componentes de patologías de lo humano. No son constitutivas de lo humano, como dicen algunos. La crítica agrega que esto no es óbice para señalar que esta posición adolece de debilidades y no despliega lo conflictivo como parte de la constitución humana.
No es tal, dice nuestro autor, puesto que conversar y dialogar no son sinónimos de acuerdo. Las confrontaciones existen y deben ser bienvenidas siempre que no deriven en defensas de posiciones atrincheradas en la defensa de la propia certeza, en la defensa del nido. Cuando se llega a esto último, se abandona la puesta en cuestión argumental en un plano horizontal para pasar a la guerra de posiciones. Y Maturana no piensa como Heráclito de que “la guerra es la madre de los hombres y de los dioses” sino que se trata de seguir indagando en las aventuras de lo no conocido. En todo caso, está de acuerdo con lo del poeta Seferis de que “lo primero que el hombre ha creado ha sido el viaje”. Y que los viajes no se realizan en solitario sino en comunión, en común unión.
Vivimos en una cultura que actúa como si tuviéramos que hacer todo lo que imaginamos como posible de realizar. No nos damos cuenta que al actuar así simplemente no dejamos que las cosas sean.
La posición filosófica de Maturana se ubica entre las actuales tendencias de lo que se conoce como pensamiento complejo. La interrelación entre estructura biológica, conocimiento y contexto disuelve la separación dualista entre sujeto y mundo, una polaridad que dominó hasta ahora la filosofía subyacente de los científicos y que ya ha demostrado sobradamente su errónea base de sustentación.
Una consecuencia de primer orden de este posicionamiento es de orden ético, porque en esa trama que nos constituye, el rol jugado por el otro humano en las continuas tomas de partido que se deben efectuar, es decisivo. Yo vivo un mundo compartido, no estoy en una isla, alejado de todo y todos. La metáfora de la condición humana que se nos ocurre es la del transeúnte en una feria, donde se compra y se vende, se dialoga y se discute, se lenguajea constantemente, sin solución de continuidad.
Todo acto humano tiene lugar en el lenguaje. Todo acto en el lenguaje trae a la mano el mundo que se crea con otros en el acto de convivencia que da origen a lo humano; por eso todo acto humano tiene sentido ético. Este amarre de lo humano a lo humano es, en último término, el fundamento de toda ética como reflexión sobre la legitimidad de la presencia del otro.
Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a las hermanas y a los hermanos.
(La primera es una cita de El árbol del conocimiento, de Maturana y Varela; la segunda, un tanto modificada, es una cita del Nuevo Testamento, extraída de una carta de San Juan).