Kjell Askildsen (Mandal, Noruega, 1929) nos recuerda que hablar de “lo nórdico” no es ningún misterio, aunque todavía exista una especie de fascinación que apela a lo impenetrable para despertar la atención de unas imaginaciones que se quieren cada vez más perezosas. En cualquier mundo habitado por hombres y mujeres existen problemas de hombres y mujeres. Claro que hay particularidades, tantas como estilos y formas de acercarse a “la realidad”. El estilo de Askildsen es tan perfecto y aceitado que bastan minúsculos movimientos para que sus personajes resbalen por escenarios oprimentes –como debe ser la Noruega gélida y montañosa– que llevan a que los abismos corran por dentro. Sus personajes no necesitan demasiadas aventuras para transformarse: todo en Askildsen es pura complejidad. El autor está tan enfocado en construir relatos –“minúsculas obras de arte”–, que hace de cada problema del hombre un problema de la literatura, produciendo en el lector una maravillosidad pasmosa que incita a leerlo una y otra vez. Revista Belbo comparte con sus lectoras y lectores el cuento Willy Hassel, de la colección El precio de la amistad, publicada por la editorial española Nórdica Libros.
WILLY HASSEL
Por Kjell Askildsen
Willy Hassel caminaba por el sendero del bosque por el que solía caminar, con la esperanza de vivir una experiencia.
A la izquierda tenía una vista casi despejada entre erguidos troncos de pino, a la derecha crecía un tupido matorral que ocultaba por completo lo que había detrás, pero él sabía lo que era. Llegó al extenso campo labrado donde el sendero se bifurcaba y se detuvo; no solía pasar de allí.
Se sentó en un tocón un poco retirado del sendero y evocó la imagen del reacio cuerpo de una mujer que acabó permitiéndole hacer con él lo que quiso. Luego se fumó un cigarro; de repente se percató del silencio y del paisaje inmóvil.
Estático, pensó, silencioso y estático, el pensamiento le llegó como un malestar, como algo casi amenazante, se levantó a toda prisa y volvió al sendero por el mismo camino de antes, hasta que descubrió una persona delante de él; entonces aflojó el paso. Por un momento pensó que se trataba de una mujer, pero era un hombre que andaba lentamente en la misma dirección que él. Willy Hassel pensó: ¿De dónde viene? Por aquí no hay ningún otro sendero aparte de este, ¿no? ¿Venía en la misma dirección que yo y luego se ha dado la vuelta al verme sentado en el tocón? ¿Ha estado observándome?
La idea le hizo sentir un gran malestar y se detuvo. Permaneció inmóvil hasta que el hombre desapareció de su vista donde el sendero se bifurcaba hacia la izquierda; entonces Willy Hassel se abrió camino por entre los matorrales y se apresuró a subir un pequeño monte hasta un punto en el sendero por el que el hombre no podía haber pasado todavía. Entonces echó a andar a su encuentro.
Pensó: Ahora se dará cuenta de que no era yo al que ha visto. Y si cree reconocerme, no sabrá qué pensar. Cuando me cruce con él me quedaré mirándolo y haré un gesto con la cabeza como suele hacerse cuando uno se encuentra con un desconocido por un sendero en las afueras de la ciudad.
Pero no se cruzó con él. Se detuvo y miró hacia dentro por entre los troncos de los pinos. Luego volvió rápidamente por el mismo camino, y al salir del bosque, justo donde había aparcado el coche, lo vio. Se encontraba a unos quince o veinte metros de distancia, inclinado hacia delante, de espaldas; estaba atándose un cordón del zapato. Willy Hassel se apresuró hasta el coche, se metió en él y colocó el espejo. El hombre ya se había dado la vuelta, y cuando Willy Hassel se dio cuenta de qu se trataba de un hombre al que no había visto jamás, pensó: Como yo no lo conozco a él, el tampoco me conoce a mí.
Se reclinó en el asiento. Bajó la ventanilla, arrancó el motor y metió las arias de Verdi en el lector de CD.
Cuando un rato después Willy Hassel cogió el ascensor del garaje hasta la sexta planta, se le ocurrió la idea de invitar a Lisa a salir. Ella se alegraría, pensó.
Llamó a la puerta y abrió, solía hacerlo cuando creía que ella estaba en casa. Lisa salió a la entrada.
Ah, eres tú, dijo.
Sí, ¿quién si no?, dijo él.
Mi madre, contestó ella. No he podido evitarlo, llamó hace una hora, llegará en cualquier momento. ¿Te parece horrible?
No, contestó él.
Willy Hassel se encontraba en el dormitorio cuando llegó la madre de Lisa. Estaba justo delante de la puerta y podía oír sus voces, pero no lo que decían. Luego las voces se alejaron, y él se acercó al armario y se puso la americana clara que según Lisa le sentaba tan bien. Se miró en el espejo. Fue al salón.
Buenas tardes, dijo.
Hola, Willy, dijo la madre de Lisa.
Willy Hassel se acercó al sillón en el que la mujer estaba sentada y le tendió la mano. Ella la cogió y la retiró rápidamente para que le diera un abrazo. Él se sentó. Lisa y su madre retomaron la conversación que habían interrumpido; Willy Hassel no prestaba atención a lo que decían. Se estiró para alcanzar la cafetera y llenó la taza vacía que tenía delante.
Ah, perdona, dijo Lisa.
Él la miró y sonrió.
Se tomó el café y se sirvió otra taza. La madre de Lisa hablaba de una amiga que tenía cáncer. Willy Hassel se levantó y dijo: Voy a por cigarrillos.
Fue al dormitorio, cogió el paquete de tabaco del bolsillo de la americana, sacó todos los cigarrillos menos uno y los metió en el cajón de la mesilla de noche, luego volvió al salón con el paquete en la mano, se sentó, dejó el paquete en la mesa y lo abrió.
Ay, dijo en voz baja, aparentemente dirigiéndose a sí mismo.
¿Qué pasa?, dijo Lisa.
He olvidado comprar tabaco, dijo él.
Encendió el último cigarrillo que quedaba en el paquete. Lisa y su madre continuaron la conversación sobre la amiga enferma de cáncer. Willy Hassel fumaba. Se acabó la taza de café. Luego se levantó.
Voy a comprar tabaco, dijo.
Vale, dijo Lisa.
La madre de Lisa dijo: Vuelve pronto, Willy.
Sí, dijo él, si no me atracan.
Qué dices, dijo la madre de Lisa y tocó madera.
Willy Hassel se rio y Lisa dijo: No debemos bromear con esas cosas, Willy.
Él volvió a reírse.
Tienes razón, dijo.
Willy Hassel recorrió los aproximadamente quinientos metros que había hasta el Pub de Victor; se tomó una pinta. Compró cigarrillos. Se tomó otra pinta.
Ahora me atracarán, pensó.
Cuando llegó a casa, se metió en el cuarto de baño y se cepilló los dientes, luego siguió hasta el salón.
La madre de Lisa dijo: Acabamos de hablar de ti, Willy.
¡Pero, mamá!, dijo Lisa.
Te pone por las nubes, dijo la madre de Lisa.
¡Pero, mamá!, repitió Lisa.
No importa que lo cuente, dijo la madre de Lisa, ¿a que no, Willy?
Él no contestó inmediatamente, luego dijo: Si Lisa opina que importa, es que importa.
Vale, dijo la madre de Lisa, entonces quizá no debería haberlo dicho, pero la intención era buena.
Sí, sí, mamá, dijo Lisa.
Por unos instantes, se hizo el silencio.
Sí, sí, dijo la madre de Lisa.
Willy Hassel preguntó: ¿Hago más café?
Por mí no, gracias, contestó la madre de Lisa.
Sí, por favor, dijo Lisa.
Willy se levantó y fue a la cocina. Se quedó inmóvil hasta que oyó hablar en voz baja en el salón. Cuando volvió con el café, la conversación se interrumpió y le pareció que Lisa había llorado, pero ella lo miró sonriendo. Willy le sirvió café.
Gracias, dijo ella.
Deberíamos haber tenido un poco de coñac, dijo él.
Mi madre tiene que conducir, dijo Lisa.
Aun así, dijo él. No se sentó. Tras una breve pausa, dijo: En algunos lugares del mundo da mala suerte no tener alcohol en casa cuando hay invitados.
Eso son supersticiones, dijo la madre de Lisa.
Willy Hassel se rió.
Para los que creen en ello es fe, dijo, igual que cuando tú tocas madera.
Lisa le alcanzó la jarrita de leche y dijo: ¿Podrías, por favor, ir a por un poco más de leche?
Claro que sí, contestó él sonriéndole. Qué miedo tiene, pensó.
Cuando volvió, Lisa estaba hablando de su inminente viaje de vacaciones a Madeira. Willy Hassel se sentó y encendió un cigarrillo. Lisa hablaba a su madre de todas las flores raras que había allí, sobre todo de las muchas clases de orquídeas, y de que había canales artificiales de riego a lo largo de los cuales se podía pasear, incluso a través de túneles en las montañas, y que se cultivaba grano hasta a mil metros sobre el mar.
¿A que sí?, dijo ella mirándolo.
Sí, asintió él.
Y también cultivan azúcar y plátanos, añadió Lisa; después se calló.
Se hizo el silencio, luego la madre de Lisa dijo: Bueno, bueno.
Willy Hassel notó que algo le subía por dentro, y dijo: A tu madre eso no le parece nada interesante.
¿Cómo?, dijo la madre de Lisa.
No se me da bien contar cosas, dijo Lisa.
Eso no es verdad, dijo él.
Madeira, dijo la madre de Lisa, supongo que de allí viene el vino de Madeira, ¿no?
Sí, asintió Lisa.
Eso pensaba yo, dijo la madre de Lisa; luego, al cabo de una larga pausa, dijo: Bueno, me voy ya.
Pero no se levantaba. Willy Hassel se levantó. Sonrió a Lisa y dijo: Voy a darme un pequeño paseo.
Muy bien, dijo Lisa.
Willy Hassel fue hasta el puente y volvió por el mismo camino. Salió del bosque justo detrás de la gasolinera. Entre los surtidores de gasolina y la puerta había aparcados dos coches de policía. En el momento en el que iba a cruzar la carretera principal, una voz le gritó: Hola, tú, y Willy Hassel se detuvo.
Se dio la vuelta. El policía le hizo señas para que se acercara. Se esforzó por no andar ni demasiado deprisa ni demasiado despacio. Cuando paró delante del policía, este le dijo: ¿Qué haces aquí?
Voy a mi casa, respondió Willy Hassel.
¿Vas a tu casa desde dónde?
He salido a dar un paseo, dijo Willy Hassel.
Contesta a lo que te pregunto.
Willy Hassel explicó de dónde venía. El policía tomaba notas.
¿Ida y vuelta por el mismo camino entonces?
Sí, contestó Willy Hassel.
¿Y a qué hora pasaste por aquí en dirección contraria?
Willy Hassel se quedó pensando. Pensó: Ha habido un atraco. Luego pensó: Tal vez haga media hora. Dijo: Hace unos tres cuartos de hora.
¿Nombre?
Willy Hassel se lo dijo. El policía lo anotó.
¿Dirección?
Willy Hassel se la dio. El policía preguntó si llevaba papeles que pudieran certificar su identidad.
No, contestó Willy Hassel.
Espera aquí, dijo el policía.
Subió al coche y cerró la puerta. Willy Hassel vio que estaba hablando, pero no oía lo que decía. El policía se bajó del coche.
¿Ha habido un atraco?, preguntó Willy Hassel.
¿Qué te hace pensar eso?
Willy Hassel no contestó.
El policía se lo volvió a preguntar.
Pues algo tiene que haber pasado, dijo Willy Hassel.
¿Por qué precisamente un atraco?
¿Qué si no?, preguntó Willy Hassel.
El policía lo contempló durante un buen rato. Anotó algo. Willy Hassel se fijó en que sacaba media cabeza al hombre. El policía le preguntó si había visto a alguien delante de la gasolinera cuando pasó por allí hacía tres cuartos de hora. Willy Hassel fingió reflexionar.
No, contestó.
¿Ningún coche?
Creo que no, contestó.
¿Estás seguro?
No, dijo.
El policía dijo que podía ser importante y Willy Hassel dijo que lo entendía. Entiendo que soy un testigo potencial, solo que no sé de qué, dijo.
Tendrás noticias nuestras, dijo el policía.
Willy Hassel se marchó. Se sentía casi exaltado. Se tomó dos pintas en la Tasca de Jakob, eso le llevó media hora o un poco más, eran ya las once y media. Pidió otra pinta. Se la bebió y fue al cuarto de baño. Al salir, se sentó en una mesa libre y pidió otra pinta.
Willy Hassel volvió a casa sobre las tres. Abrió sigilosamente la puerta. Se desnudó y dejó la ropa en el sofá. No hay nada malo en dar un paseo, pensó. Luego abrió con cuidado la puerta del dormitorio.
Ya estás aquí, dijo Lisa.
Sí, dijo él.
Notable.