Médico, docente, investigador y ensayista, Mariano Mussi, con veinte años trabajando en la práctica clínica y en la atención de emergencias desde la Salud pública, da su punto de vista, en base a su experiencia directa de casi un lustro, acerca de la marihuana y una terapéutica emergente
Por Andrés Maguna
“Saber el no-saber, esta es la perfección.
No saber y estimarse sabio, esta es la enfermedad.
Conocer el propio mal es liberarse del mal.
El sabio no tiene mal;
porque lo reconoce no lo padece.”
(Lao Tse, cap. LXXI del Tao te ching)
Vamos con mi hija Sol en moto a Funes para entrevistar a Mariano Mussi en su casa estilo jerosolimitano. Atardece el cuarto día de marzo y los fuertes calores de la agonía del estío convierten la moto en una alfombra mágica que vuela hacia el poniente. El cielo, pródigo en nubes, podría ser el fondo en el que Miguel Ángel pintó algunas escenas de la capilla Sixtina. La luz del sol, partiéndose en el horizonte, resalta diferencias de ocres y amarillos, azula los verdes y ensombrece rojos y anaranjados.
Vamos hablando de eso que envuelve nuestro movimiento, y también de las respuestas que podremos encontrar en Mussi, en Mussi como intermediario entre un saber adquirido y en constante cambio, y la imperiosa curiosidad sobre una alternativa medicinal de la que cada día se habla más, a una velocidad muy adelantada al conocimiento que brinda la experiencia.
Ya en la casa del galeno, en unos silloncitos sobre un cemento que aleja los mosquitos, de cara a su cuidado jardín y huerta, con la inestimable ayuda de León, su hijo de cinco años, que haciendo dibujitos e interrumpiendo la charla desacraliza todo acto, jugamos al juego de preguntas y respuestas que en parte transcribimos:
–¿Cuál es tu relación con el cannabis?
–La relación empezó fumando. Estaba en la Facultad de Medicina, con un grupo de amigos, y dijimos «vamos a ver cómo pega, qué hace». Ninguno había fumado, año 90, todos éramos medio nerds, e hicimos una investigación sobre el cannabis, para ver si daba probarlo, entre otras drogas que había para experimentar. Ya en ese momento los libros de farmacología señalaban que el cannabis no producía tolerancia, esto es, adicción, pero no decían nada más. A partir de ahí fuimos probando, viendo qué pasaba. Sobre todo nos cagábamos de risa y hacíamos teatro, personificaciones, músicas árabes, ¡y era un paraguayo horrible que se vendía en esa época!
–Tu relación empezó de grande, ya estudiante de medicina.
–Ahí. Y de la relación con el cannabis yo entro en la huerta, en la agricultura, en poner plantas y todo eso a partir del cannabis. La primera semilla que germino es una semilla de cannabis.
–¿Y qué te llevó a interesarte por sus efectos en la práctica médica?
–En realidad no me interesaban sus efectos, no estaba interesado particularmente en el sistema cannabinoide. Lo que sí veía era gente como yo, que fumaba marihuana “recreativamente”, como les gusta decir a algunos, y ya durante la residencia, que es una etapa particularmente espantosa de la vida de los médicos (mucho rigor, aplastamiento subjetivo del laburante) cuando volvía a mi casa me fumaba un pucho de marihuana, casi todos los días. Tenía esa relación. Luego me relacioné con Arec (Asociación Rosarina de Estudios Culturales), que en esa época era la organización más importante, y fui a una charla del tema del cannabis medicinal hace unos seis años, y lo que me interesaba de eso no era el tema específico del sistema cannabinoide, que es un sistema más. Tenemos dos millones y medio de sistemas en el cuerpo humano, definidos por el hombre a partir de los modelos científicos.
–En el documental El científico Raphael Mechoulam recuerda que los más importantes descubrimientos en torno al tema ocurrieron entre el 94 y el 96, incluido el sistema endocannabinoide.
–Sí, claro, eso es un gran descubrimiento, pero es un sistema más. Mirá qué interesante: en medicina se perfilan un montón de sistemas de ese tipo cuando vos estudiás las funciones de la sensibilidad y ves las vías nerviosas del tracto olfatorio o del nervio óptico, ves el recorrido que hacen dentro del cerebro. Hay dos millones y medio de cosas que ocurren ahí. Pero lo que yo sí veía en los de Arec, en ese grupo de gente, y lo veía en mis colegas médicos, es que decían que funcionaba, y lo segundo que veía era que estaban en banda. Estar en banda significa que los sufrientes, o los padecientes, tenían un determinado problema de salud concreto. En ese momento eran las epilepsias, sobre todo los síndromes epilépticos infantiles, que son muy complicados, difíciles de manejar, traen mucha angustia y mucha ansiedad a la familia. Están caracterizados ahí nomás, y si bien sabemos un montón sobre moléculas, un montón sobre vías nerviosas, un montón sobre formas de la epilepsia, tampoco es que sabemos bien de qué se trata.
En cambio la hematosis, el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono, eso lo tenemos infinitamente más claro que esto otro, que es por qué a alguien de golpe le da por sacudirse de esa manera. Y esta gente, que eran sobre todo madres, estaba en banda. ¿Les daban o no les daban a sus hijas e hijos esta medicación? ¿Era seguro o no era seguro? ¿Seguían con los antiepilépticos convencionales o no seguían? Un montón de preguntas. Y con una comunidad médica que no es científica… Me explico: si algo tiene la comunidad médica clínica, la que atiende pacientes, es que en muy raras ocasiones, dentro de mi experiencia, tiene una vocación de indagación científica sobre lo que ocurre.
Eduardo Menéndez, un antropólogo mexicano muy groso, escribió un artículo que se llama Modelo médico hegemónico y la salud de los trabajadores, y una de las cosas que señala para los trabajadores de la salud es que desde la instalación del modelo fletcheriano (por Joseph Fletcher) en EE.UU., para la enseñanza de la medicina, hasta la actualidad, el proceso ha sido separar lo más posible el ejercicio del diagnóstico, el tratamiento y la atención de los pacientes del ejercicio de la investigación científica. Eso está cada vez más escindido. Es una cagada que pase eso, porque esencialmente lo que ocurre primero es que perdés posibilidades de ver al paciente, de ver a la persona, al individuo sufriente, y poder interpretar el sufrimiento y poder hacer algo con eso más allá de la enfermedad. Y segundo porque las enfermedades aparecen permanentemente, es decir, las formas de sufrir se renuevan permanentemente. Nosotros venimos de una pandemia que puso a los médicos y médicas clínicas y clínicos, y me refiero a todos aquellos que atienden a pacientes (porque hay especialidades médicas que no atienden pacientes), en una situación en la que por primera vez, en mis veintipico años de médico, los vi sentarse a estudiar y a discutir y a problematizar e intentar construir un objeto de conocimiento con lo que estaba pasando.
–Hace poco en una charla tuya te escuché decir que de alguna manera habría que eliminar los sinónimos peyorativos de cannabis.
–No sé… Me acuerdo que lo dije. Primero, por una cuestión de respeto; capaz le digo marihuana, porque marihuana no es un término peyorativo.
–Es un sinónimo en regla.
–Que sé yo. Faso, porro, evocan interpretaciones sociales, están vinculadas a situaciones moralmente reprobables. Inclusive los que la usamos. Nunca le dije porro o faso, siempre le dije marihuana.
–Cuando hablás con tus pacientes ¿hablás de cannabis?
–A mis pacientes y a mis colegas. Pero acá está la otra razón, porque vos no podés permitir que ninguna intervención que es efectiva para paliar un sufrimiento quede en el campo de lo alternativo; vos tenés que disputar el saber científico. Por eso a mí me caen bastante mal las medicinas alternativas. No porque no crea en las medicinas alternativas, les tengo respecto y creo mucho, pero me caen mal porque la posición política que han elegido es una posición política cómoda que no permite la disputa de ese conocimiento en la arena de la ciencia, donde digamos: pongámoslo a prueba, inclusive pongamos a prueba el modelo con el que la ciencia pone a prueba las cosas. No digo someter un conocimiento milenario chino a los rigores de una investigación de casos y controles; el conocimiento chino tiene un marco epistémico que logra aliviar el sufrimiento, vos tenés que poder convivir con ese marco epistémico. Por lo menos convivir. Entonces cuando vos te ponés en lo alternativo evitás la reflexión, la disputa epistemológica; evitás tocar a la medicina. Aparte te conviene porque la situación de alternativo paga mucho más que hacer un tratamiento dentro de la medicina. Hay que decirle de una manera estratégica para entrar a disputar ahí: cannabinoides, mixtura de cannabinoides o complejo de cannabinoides.
–¿A vos te parece que la medicina cannábica se considera una medicina alternativa?
–No, no. Pero corre un gran riesgo de ser una medicina alternativa.
–¿Qué la salva de no ser una medicina alternativa?
–Que está prohibida
–¿Y ahora que se está desprohibiendo?
–Aun antes de que se esté desprohibiendo ya se estaba organizando en agrupaciones que intentan sostener un saber sobre esto. Las primeras organizaciones de consumidores de cannabis estaban más vinculadas a compartir conocimientos sobre la planta y a protegerse legalmente de los rigores de la ley. Pero cada vez se fueron transformando más en agencias que centralizan un conocimiento que es alternativo. Es ridículo, en el sentido de algo que se muestra orgullosamente, cuando lo que muestra es miserable. En ese sentido es ridículo.
–¿Cuál es la miserabilidad?
–Esta: vi un círculo cromático en donde figuran diversas enfermedades, catalogadas como enfermedades, y a cada una de esas enfermedades le corresponde o CBD (cannabidiol) o THC (tetrahidrocannabinol), o determinado terpeno con THC o CBD, una para cada enfermedad. La primera cuestión de todas es que al día de hoy no sabemos con certeza cuál corresponde para cada enfermedad. Pero después, además, lo otro interesante es que hay una enfermedad que es la fibromialgia, que está superemparentada con el dolor pélvico crónico, el colon irritable, y las enfermedades que aparecen en el círculo ese que incluyen la depresión, la ansiedad, la angustia. Cuando vas a un libro como el de Kelley, que es un tratado de reumatología, cuando describe la fibromialgia te cuenta cómo se produjo, cómo apareció la fibromialgia.
–¿Apareció?
–Claro, la inventamos. Las enfermedades son invento nuestro. Vamos a empezar por ahí: todas las enfermedades son inventos nuestros. Son maneras que tenemos de acumular conocimiento sobre cómo accionar ante determinadas formas de sufrimiento que tienen una determinada regularidad. Esta persona tiene fiebre, la pierna colorada: «bueno, eso es una enfermedad, le decimos celulitis». Vamos a ver de qué se trata: «¡uy, mirá, la celulitis mejora cuando le pones un pan con moho!». «Bien, ¿qué es ese moho? Lo vamos a llamar penicilina…» y así sucesivamente. Eso es útil. El problema está cuando te crees que eso es de verdad. Después no tenés dos celulitis iguales, no tenés dos evoluciones iguales, dos penicilinas iguales. Pero la fibromialgia es más interesante, porque la celulitis articula con un modelo que es bastante cierto, y por bastante cierto me refiero a que te permite prever muchas situaciones y prevenir mucho sufrimiento, y en la medida que vos lográs eso, eso es así. Cuando otro lo logre mejor dirás que es de la otra manera. No tendría que tener vergüenza el pensamiento científico de esto. La bacteria esta la ponés en un microscopio, ves cómo invade el tejido, hay toda una serie de cosas que podés experimentar, experienciar. Con la fibromialgia lo que hicieron fue agarrar los motivos de consulta más frecuentes…
–¿Hace mucho de todo esto?
–Hará unos veinte, treinta años.
–Inventamos la fibromialgia hace relativamente poco tiempo.
–Sí, con relación a la celulitis sí. Pero es una nueva manera de ordenar cosas que ya conocíamos; a esto viene. Hicieron una comparación entre los motivos de consulta en reumatología más frecuentes y de más difícil resolución y fueron aplicando una determinada búsqueda a eso, motivos de consulta y agrupamiento, en donde se dieron cuenta de que las personas que tenían dolores de diagnóstico y manejo difícil estaban vinculadas con las personas que tenían colon irritable, y que muchas personas con colon irritable tenían síntomas de depresión, y así. Todavía no sabemos bien por qué, pero a esa combinación de síntomas que mostró una diferencia estadísticamente significativa la llamaron Fibromialgia.
–¿Se preocuparon por buscar las razones primeras, o por qué las personas sufren fibromialgia?
–Seee… Sabemos, porque en la práctica clínica te das cuenta. Probablemente haya investigaciones que lo demuestren, pero si vos la comprendés desde la salud mental y aplicás alguna interpretación de la historia del paciente, sí te das cuenta.
–Te lo pregunto porque dicen que la fibromialgia no es de origen orgánico
–No hay nada que no exista… Si no es orgánico en el cuerpo humano, si no es material sensible y no ejerce relaciones con otra cosa, no existe. En psicoanálisis (soy muy fan del psicoanálisis), el psicoanalista siempre es muy reticente a poner el psicoanálisis en un lugar exterior a lo orgánico, y para mí esto no es así, no hay nada de la subjetividad que no pase por el cerebro. El asunto es pensar que uno puede operar sobre la subjetividad operando sobre el cerebro, o que el cerebro explica la subjetividad. Pero cuando vos recordás, cuando vos soñás con tu madre, tenés una determinada descarga de electricidad en las regiones occipitales, en determinados lóbulos del cerebro, y ahí aparece tu madre, en tu sueño, y sólo vos la ves. Eso, materialmente, existe.
–En todo momento están en relación la materia y la forma.
–Sí. Estás todo el tiempo produciendo cosas, estás todo el tiempo transformándote. Pero en la fibromialgia el tema que tiene es que vos la metés en un microscopio y la cortás en pedacitos, la mirás, y no encontrás nada. Sí encontrás en algunos estudios por imágenes como un reforzamiento en determinadas áreas del cerebro, del tálamo, que están vinculadas al dolor.
–Y lo que te dice el paciente…
–Depende qué escuches de lo que te dice el paciente. En general escuchás lo que vos le querés preguntar. La ciencia normal, que es la ciencia esta del positivismo, solamente pregunta lo que quiere escuchar, hay una gran preocupación por la objetividad. El tema acerca de la enfermedad como interpretación del sufrimiento, y la posibilidad de ver el sentido de que algo ocurre ahí más allá de la nosografia (descripción y clasificación de las enfermedades), no existe.
–¿El laburo con la medicina de fitocannabinoides te permitió expurgar tu crítica? ¿Es parte de tu crítica al sistema de la medicina tradicional de Occidente?
–A mí me encanta provocar, sí. Donde los demás no quieren ver. Yo tenía un libro de héroes rusos, y uno de los héroes rusos era un médico, Semionov, algo así, y en un párrafo cuentan tres o cuatro cosas que hizo, enormes, gigantescas, como el manejo de una epidemia de peste en el frente de Stalingrado, y termina la descripción de este personaje diciendo: estaba donde todos se hacían los boludos y no querían ir, porque sabía que si había alguna verdad, se jugaba ahí. Cuando algo se mueve, enterate por qué se mueve.
–¿Entonces percibiste que algo se movía en ese universo de lo que se llama medicina cannábica?
–Son muy raros los casos de uso popular de una planta o un tratamiento que aparecen así, en el curso de pocos años. En general, son herencias culturales. En algunas culturas el cannabis es una práctica médica clara. En la propia, hasta el siglo XIX fue una práctica que estaba en el vademécum, luego es prohibida y posteriormente la gente se apropia de ella, cultiva una planta, se hace el aceite, entabla una relación con una planta prohibida, se relaciona con otros, empieza a ver el mundo de otra manera. Se apropia de eso, hace una experiencia con eso, y la ciencia médica no sabe qué hacer. Porque los que saben son ellos, los usuarios. Toda esa gente lo aprende a usar, entonces lo interesante de eso es el proceso de aprender, ver todas esas dimensiones del uso y cómo impacta. Hay mucha gente a la que yo le indico el aceite de cannabis a muy baja dosis, en realidad para que cultive o para que entre en determinada visión de las cosas, para que se le muevan cosas.
El sufrimiento para mí es, en esencia, el no poder sostenerte en lo que sos, o en lo que crees que debés ser, por infinitas razones: porque te duele, porque no te podés mover. Por lo que fuere. Ese es el sufrimiento. Por eso construimos enfermedades. Las enfermedades tal como las construye la biomedicina tienen que ver con lo que pasa al nivel de las células, de los tejidos, pero sólo en la medida en que es un modo de interpretar ese sufrimiento. Sin sufrimiento a interpretar no hay enfermedad. Los seres humanos sufren siempre. La mayoría de las veces lo podemos resolver nosotros mismos y en otras necesitamos el concurso de alguna rama de la división del trabajo social que se encarga de eso. Pero bueno, toda esa dimensión del sufrimiento tiene que ver con relacionarte con los otros, con cómo te sentís en el mundo.
–¿Acabás de describir cómo funciona?
–El cannabis para mí funciona de esa manera. De hecho la neuróloga con la que trabajo sostiene que las epilepsias mal controladas tienen que ver con la sensación subjetiva del paciente, y que si los epilépticos se analizaran, si hicieran psicoanálisis, en muchas situaciones resolverían su enfermedad. Bueno, la biomedicina también te dice que, como los modos de sufrir son muy diversos, vos no podés pretender conocerlos. De hecho, yo no tengo ninguna posibilidad de conocer el sufrimiento del otro. El otro dice más o menos cómo le duele, yo veo más o menos qué le pasa, y veo que le duele la panza y se muere, veo a otro que le duele la panza y se muere, veo a otro, y descubro el apéndice, después saco el apéndice. Bueno, la biomedicina dice que si alguien tiene una estructura del sufrimiento medio complicada en lo subjetivo vos podés darle aceite de cannabis y mandarlo a la mierda, porque algunos tienen sus estructuras psíquicas armadas de determinada manera que es muy difícil de desarmar, o es muy riesgoso desarmarlas de manera abrupta estimulando el sistema cannabinoide, porque bajás las defensas de alguien que, como se conocía antes, es un borderline, que está ahí entre la neurosis y la psicosis, y no sabés dónde está parado, qué es, y le desencadenás una crisis psicótica. Y eso ha pasado. Eso tenemos que saber escucharlo.
–¿Por qué se hace hincapié en la diferenciación de los usos del cannabis separando el medicinal del recreativo?
–Creo que fue una mala estrategia para legalizar el cannabis hablar de su dimensión en salud, pero para romper el prejuicio había que entrar por el lado de salud, y si te lo ponés a ver más de cerca te das cuenta que siempre estuvo ligado a la salud. Inclusive cuando vos fumás un cigarrillo de marihuana con tus amigos lo hacés porque tenés necesidad de disputarle algo que venís trayendo con inercia de tu día de estudio, de trabajo, de actividades. Entonces también es sanitario, también es una intervención terapéutica si lo indagás bien, lo indagás desde esta perspectiva del sufrimiento como imposibilidad y lo que te habilita el cannabis. Hay gente que aprende a relacionarse con el cannabis como hay gente que aprende a relacionarse con la citrulina, y eso la estabiliza, la hace sentirse bien. Vamos a decir esto: una fiesta es un evento terapéutico. Vos vas a una fiesta a sentirte bien, entonces es terapéutico. Creo que le dicen recreativo para joder, disputar una batalla legal ahí, no dejar que la gente maneje recursos que pueden hacer mucha guita si son puestos en otro lugar.
–Los pacientes que toman cannabis ¿se medican o son medicados?
–Se medican. Ellos se medican. Lo acordamos, está en el marco de un proyecto terapéutico, de un acuerdo sobre cómo lo van a hacer, pero están dentro de un acuerdo terapéutico. Y eso pasa con todos los medicamentos.
–¿Hay algún disparador que te haga decidir la recomendación del aceite medicinal de cannabis en determinados casos?
–Sí, hay un montón de cuestiones. El reemplazo del clonazepam es una ganancia tremenda para la gente. Primero eso, el reemplazo del clonazepam, que es a lo que más le ha temido la psiquiatría normal, esto de que la gente vaya y ponga una planta, se haga aceite para seis meses y no compre nada. Después, en muchas situaciones de gente cerrada, que la ves contenida, que te habla y tiene una tensión adentro, una defensa permanente. Hay una ganancia en bienestar increíble, que no puedo decir cómo sigue a largo plazo. Los que están permanentemente conteniendo algo se relajan infinitamente, pueden decir cosas, pueden permitirse sentimientos, sensaciones.
A veces toman aceite de cannabis y aparece un dolor. Un dolor que viene a decir algo del sufrimiento. Y después hay toda un área que es la de regeneración neurológica. Hay estudios de biología molecular sobre la inhibición de enzimas que tiene que ver con la apoptosis de las neuronas, con la muerte programada de las neuronas, dónde el sistema cannabinoides impacta en el tamaño, las secuelas y la recuperación de pacientes con ACV isquémico, cuando aplicamos un tratamiento cannábico. Por toda la evidencia biológica que hay y por alguna evidencia clínica que tiene que ver con recuperaciones más rápidas y menor sensación de espasticidad. Las investigaciones dijeron que no reduce la espasticidad, pero la gente con espasticidad dice que sí, entonces a mí, la verdad, no me importa lo otro.
Son cosas que vos podés rastrear molecularmente y decir «¡uy, mirá vos, estimulás este sistema y pasa esto!» Cuando dejás de ver al tipo que se muere con dolor de panza y es por un apéndice, y te das cuenta que es un apéndice, se abre una posibilidad que es supercopada. La farmacología que nosotros pensamos siempre tiene que ver con una molécula, una molécula que opera sobre otra molécula que está en tu cuerpo, esa relación produce una cascada de eventos de otras relaciones. Para que se produzca esa cascada de eventos vos tenés que tener las piezas de dominó ubicadas de determinada manera. A veces los seres humanos tenemos esas piezas de dominó de una manera bastante regular, pero la mayoría de las veces esos dominós no están ubicados de la misma manera, entonces la primera cuestión es: por qué decimos que una sustancia tiene efecto. Y ahí me viene bien la teoría de la individuación de Gilbert Simondon. La sustancia no agota el ser, la sustancia produce un efecto diferente cuando vos tratás con una molécula sola, de acuerdo a dónde disparás esa molécula, de qué manera, con qué intensidad. De hecho esto no es ajeno a la ciencia oficial, porque ahora está surgiendo lo que se llama la medicina personalizada, que te estudia la expresión genética, el fenotipo, los metabolitos que tenés, cómo están ubicadas las piezas de dominó en tu cuerpo para saber exactamente qué molécula darte, en qué cantidad. En el caso del cannabis la dosis en realidad tiene un margen terapéutico muy amplio y no hubo, hasta donde yo sé, diagnóstico de muerte por intoxicación con cannabis. No existe la sobredosis.
***
(En este punto de la entrevista tomo conciencia de que me cuesta seguir el hilo de las respuestas de mi amigo médico, no por su complejidad sino por todos los pensamientos divergentes que me concitan. Además me distrae el enfocarme en los puntos de encuentro, o desencuentro, del pensamiento de Mussi con el mío propio, pues desde muy joven descubrí que el cannabis era mi suplemento ideal para el manejo de las emociones, la expansión de la conciencia, la profundidad reflexiva y la estabilidad afectiva, por lo que suelo decir que me ayuda a volar con la mente, y que el poder de volar es un superpoder, que como todo superpoder debe ser usado para el bien común… Y me doy cuenta de que eso es lo que me hermana con Mussi y otros usuarios del cannabis: la lealtad a una planta que generosa ofrece superpoderes al que tiene intenciones de hacer uso del placer de vivir compartiéndolo. Y pronto me descuelgo y retorno a mi misión de preguntar).
–¿Tiene contraindicaciones?
–No. Pero podés decir que en algunas situaciones no está bueno usarlo. Para alguien que tiene un trastorno de pica por ahí tenés que evaluarlo bien.
–¿De pica?
–Sí. De picotear. La pica era, originariamente, cuando los chicos rascaban la pintura de plomo y se la comían. Es un hábito de comer cosas. Pero en lo referente a la farmacologia y la metáfora del dominó, ahí entra la cuestión del “efecto séquito” del que habla Mechoulam, que es otro desafío a la farmacologia tradicional.
–¿Qué es el efecto séquito?
–Es cuando para lograr determinado efecto no te alcanza con una sola molécula sino que necesitás distintas moléculas operando simultáneamente. En medicina casi todo con lo que medican tiene una o dos moléculas, cuanto mucho, y partir de ahí se combina, pero siempre molécula por molécula, no ponen en juego veinticinco moléculas juntas en distintas proporciones, porque es muy difícil de estudiar. Pero que sea difícil no quiere decir que no haya una verdad ahí, y el cannabis te propone eso.
–¿Cómo accede el argentino promedio a la medicina cannábica?
–A través del cultivo solidario, el cultivo colectivo. Mucha gente se dedica a vender aceite y lo hace a conciencia y lo hace muy bien. Yo en las situaciones en que mandé a medir a la Facultad de Bioquímica los aceites que me traía la gente, todos eran aceites de cannabis a diferentes concentraciones pero eran todos aceites de cannabis. Lo producen a conciencia.
–Pero en un futuro para muchos será más fácil comprar en la farmacia la medicina de una empresa farmacéutica.
–Sí. Se quiere facilitar eso. Lo veo muy difícil, porque es una práctica que cada vez se hace más masiva. Tengo un amigo que vive al lado de un policía, y los dos cultivan, y los dos se escondían las plantas uno del otro. Ahora cultivan juntos. Tendrías que salir a hacer una caza de brujas de cultivadores tremenda, sangrienta, para habilitar a la industria farmacéutica.
–¿Qué pensás de la teoría que sostiene que hay plantas que son mejores y más medicinales que otras?
–No sabemos qué cannabinoides son buenos para la salud. No podemos vincular ninguna cepa con ninguna enfermedad porque no sabemos bien cómo operan. Después, diferentes plantas tienen diferente proporción de cannabinoides. Hay muy pocas plantas, muy atormentadas, que generan un sólo tipo de alcaloide, pero seguramente debe haber trazas de los otros. Esto es así porque el cannabis no tiene todavía cepas genéticas. Cuando alguien habla de genéticas en realidad no está hablando de algo que es producto de la ingeniería genética, que tiene una similitud genética perfecta con la otra. Las semillas “especiales” que se venden vienen de plantas que han sido seleccionadas a lo largo de generaciones por determinados caracteres que expresan. Ahora si vos ponés una semilla así en el piso y te vas, no tenés gran resultado. El gran resultado, lo que define un tipo de planta de otro, es el cuidado.
–¿Es determinante para el efecto medicinal el modo en que fue cultivada?
–Mirá, en algún punto puede ser una fantasía mía; es una hipótesis loca, una hipótesis delirante que dice que la composición de cannabis del cogollo que vos lográs tiene que ver con lo que te está pasando a vos, y cuando vos lo compartís con otro le pega de la manera que vos te sentís. Es muy loca, pero hay algo de eso.
***
Ya es noche cerrada cuando volvemos a la ciudad. Cielo estrellado y un frescor agradable en la brisa fabricada por el movimiento de la moto y nuestros cuerpos hacia el este, hacia la ciudad, a favor del sentido de rotación de nuestro planeta. Volvemos en silencio, arrullados por el runrún del motor de la moto y la sinfonía animal de la naturaleza, pensando en las palabras de Mussi, y cuando doblamos por Wilde en dirección a Mendoza me llaman la atención unas mesitas sobre el césped, bajo unos árboles y una guirnaldas de lamparitas, en el club del Centro Asturiano. «¿Querés que paremos a comer algo acá?», le pregunto a Sol. «Seee», me contesta. Dejamos que la moto vuelva a descansar y nos sentamos, hambrientos, a seguir disfrutando del estar vivos y juntos en otro único e irrepetible instante.