Este 5 de febrero el pueblo uruguayo celebró los 50 años de la fundación del Frente Amplio. Julio Cano reflexiona sobre su origen: originalidad, resistencia y vigencia del movimiento más popular en la historia de Uruguay.
Por Julio Cano, desde Montevideo
Nuestros pueblos tienen modos singulares de organizarse, muchas veces sin respetar modelos ya establecidos y probados. Esto parece contradecir la historia común de la Patria Grande, que se encarga de recordarnos que los procesos sociales nacen y se entretejen por rumbos más o menos semejantes. Sin embargo no hay contradicción en esto si asumimos que la complejidad de las organizaciones políticas contiene en su interior dialécticas propias, locales. Esto suena un poco contradictorio, es cierto, pero es lo que estamos pensando al comienzo de esta nota sobre el aniversario de uno de los movimientos populares más originales de América Latina, el Frente Amplio uruguayo, que el pasado 5 de febrero celebró sus cincuenta años de existencia.
Existe una historia anterior al año de su fundación (1971) que guarda vínculos orgánicos con el Frente Amplio: después de décadas de disputas entre socialistas y comunistas, siempre enfrentados y siempre marginados por míseros guarismos electorales, en 1964 se celebra en Montevideo el llamado Congreso del Pueblo, un Encuentro que intenta superar aquellas diferencias al mismo tiempo que concretar formas de organización del movimiento popular y de izquierda capaces de confrontar con la derecha tradicional en un pie de igualdad. Este Congreso permite, un año después, la creación de la CNT, la Convención Nacional de Trabajadores, una Central única, un hito en nuestra región, atravesada, también, por las divisiones entre partidos y fuerzas populares. En la nueva Central (significativamente denominada Convención) confluyen partidos y movimientos de la izquierda que apuestan a enfocarse en los asuntos de estrategia más que en los de la coyuntura para incidir en la situación política del país que transitaba las últimas etapas de una relativa prosperidad para adentrarse en una crisis creciente.
Los fundadores de la CNT fueron agudos visionarios que intentaron organizar a las fuerzas populares ante los presagios de tormentas similares a las que ya estaban instaladas en los países vecinos. Promotores de la Central fueron principalmente los tradicionales rivales, el Partido Comunista y el Partido Socialista, amén de una serie de partidos de izquierda menores, y anarquistas.
Esa fue la concreción de la organización sindical.
Unos seis años después se logra la organización unificada políticamente con la creación del Frente Amplio, en una lluviosa tarde del 5 de febrero de 1971 en uno de los salones del Palacio Legislativo (sede del parlamento uruguayo). La convocatoria fue amplia, por cierto, e implicó a casi todo el espectro de la izquierda y la socialdemocracia, quedando al margen solamente pequeños grupos. Es de destacar, por ejemplo, que uno de sus grupos fundadores fue el Partido Demócrata Cristiano, caso insólito si se piensa en las posiciones de derecha de sus pares en el resto de América Latina. De hecho su figura más notoria, el arquitecto Juan Pablo Terra, fue uno de los protagonistas decisivos de esta movida, junto a dirigentes comunistas, socialistas, blancos y colorados escindidos, sindicalistas, cristianos y una multitud de militantes de base sin partido y (elemento nada común) el apoyo crítico del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) que quedó representado en el FA por el novel Movimiento de Independientes 26 de marzo. Precisamente esta fecha fue la del primer acto de masas del FA, un hito aún no superado en cuanto a cantidad de participantes y niveles de emoción. El presidente elegido para conducir al Frente fue un general del ejército en situación de retiro, Líber Seregni, y su discurso de esa noche es otro hito en lo que se refiere a la concepción política y de fundamentos del Frente Amplio.
Concebido como una coalición de partidos y movimientos, el FA no constituyó una alianza restringida al evento electoral sino una fuerza permanente dirigida a la progresiva liberación del país, por lo que en su Programa se declara claramente como antiimperialista y antioligárquico. (Los tiempos han cambiado y ambas palabras han desaparecido del discurso, aunque se defiende por muchos de los integrantes actuales del FA que no se ha disuelto su sentido de fondo).
Pero este nuevo fenómeno político también representa la herencia de un decisivo momento del la historia del Uruguay: la llamada “República Batllista”, el período de presidencias e influjo de José Batlle y Ordóñez (ubicable aproximadamente en las primeras tres décadas del siglo XX), sus conceptos de ciudadanía, rol central de lo público y representatividad democrática son tomados como banderas por el FA, junto a las concepciones socialistas y marxistas, lo que enriquece y complejiza sus contenidos ideológicos y su práctica. Algunos dirigentes de primer nivel de los Partidos tradicionales Blanco y Colorado se adhirieron asimismo al Frente Amplio destacándose dos senadores: la Dra. Alba Roballo y Zelmar Michelini.
Este Frente, que oscila entre coalición de partidos y movimientos (oscilación expresa, mantenida dinámicamente por el equilibrio entre dirigencia y militancia) es otra marca en el orillo del FA y aunque pudiera pensarse que fuese una muestra de inestabilidad de una “colcha de retazos” (crítica peyorativa desde la oposición) resultó un elemento de fortaleza y de consolidación. La dialéctica entre organización partidaria y dinámica de movimiento resultó de una fecundidad hasta ese momento desconocida en la izquierda uruguaya (y, por añadidura, en la izquierda de Nuestra América). Esa riqueza hubo de confrontarse con la realidad descarnada del capitalismo, que, frente a una crisis que también lo golpeaba, apeló a una mayor represión.
Las pruebas que tuvo que soportar el FA a lo largo de sus cincuenta años fueron duras, a veces de un rigor extremo. Cuando sobrevino la Dictadura cívico–militar (1973–1984) la represión encarceló, asesinó y obligó al exilio forzoso a miles de sus integrantes. La dirección frenteamplista fue encarcelada y torturada, con Seregni a la cabeza; sus órganos de prensa y comités de base disueltos.
La impresión que se podría tener de estos años de plomo podría suponer la de un golpe final a esta experiencia, lo que no fue tal, sino todo lo contrario. El Frente Amplio fue capaz de sobreponerse, reconstituirse, llegar al gobierno y dirigir la vida política del país durante tres períodos (2005 – 2020) considerados como aquellos de los de mayor crecimiento económico de la historia.
¿Es este breve relato un panegírico del frentismo? ¿No se sucedieron también y simultáneamente procesos de retroceso y de acumulación de errores no corregidos?
Por supuesto que sucedieron marchas atrás y desgarramientos agudos en esta historia: narrarlos nos llevaría fuera de este articulo. Nos hemos limitado simplemente a esbozar algunos hitos para acompañar el cumpleaños número cincuenta de esta original experiencia política. La realidad de esta fuerza es la misma que acompaña a procesos semejantes: una dinámica sucesión de luces y sombras y la concomitante acción de los implicados por mantener en pie los logros. Y mejorarlos. O mejor: madurarlos.
Apagadas ya las cincuenta velitas, con participación virtual de los invitados debido a la pandemia, la lucha continúa. Desde la oposición, nuevamente.